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JUAN MIRA el reloj: son las seis de la mañana cuando entra a su casa. Hace días que no para, que no ve a su abuela, que no se toma con ella unos mates. Lee la definición en la revista de crucigramas de su tía: “persona que ha perdido a uno de sus padres o a ambos”. Se levanta de la mesa, va hasta la hornalla, llena la pava, la pone al fuego; la llama es más potente en verano, más azul. Cambia la yerba, se vuelve a sentar. Le duelen las piernas, el fútbol no es lo suyo, ningún deporte lo es, eso le pasa por hacerle caso a Coco, por no decirle nunca que no. A Coco es imposible negársele. Mierda los hicieron esos salames del otro tercero. Nunca más va a jugar al fútbol. Nunca. Mira en la revista la definición que sigue: “local en que se custodian documentos públicos o particulares”. La o de huérfano comparte el casillero con la de archivo. El agua llegó a su punto. Apaga la hornalla y ceba el primer mate. La yerba se infla y saca burbujas. Juan chupa, le gusta el mate caliente, los tres primeros son para él los mejores. Agarra la revista y la Bic azul que hace las veces de señalador. Escribe huérfano y se queda mirando el dibujo que forma el crucigrama. La letra de su tía es redonda y pareja, en cambio la de él es destartalada, como nerviosa. Se va a dar cuenta, piensa, y escribe también archivo, y después docente, abanico, Eva, haz, público, juez, halago.

No le resultan difíciles los crucigramas, por eso se aburre rápido. Apoya la revista en cualquier lado. El quinto mate ya tiene gusto a agua caliente. Deja todo en la cocina, menos la lapicera que se calza en la oreja. De a ratos toca la guitarra, de a ratos escribe la letra del tema que hace días quiere terminar de componer, de a ratos fuma. Le gustaría que la letra hablara de sus sueños, pero al final lo que escribe es sobre un pájaro negro que vuela por primera vez. Cuando termine va a tocársela a Lennon.

Detrás de la puerta escucha los pasos de la tía, imagina su cara de dormida, casi puede verla sentarse en la silla vieja, agarrar la revista, buscar una lapicera con la vista y putear porque nunca hay una cerca. Tener que pararse, abrir el cajón de los cubiertos, encontrar una con la parte de atrás mordisqueada, sentarse dejando caer todo su peso, leer la primera definición de la página en la que quedó: “persona que ha perdido a uno de sus padres o a ambos”. Juan sabe que sonríe por el acierto inmediato y deja de hacerlo enseguida al comprobar que la palabra ya está escrita. Escrita por él, por su sobrino, por Judas, por el que seguro se llevó la lapicera, por el que se mete siempre en sus cosas, por el que le escribe su re- vista, le arruina la prolijidad y la invade como la invadió siempre.

Es mejor no salir de su pieza mientras ella ande por ahí. Ya no le pega, ya no puede, y entonces lo que pasa es peor: lo mira y lo mira y lo mira. Sin hablar, directo a los ojos, sosteniendo un silencio acusador, filoso.

COCO ESTÁ en su cuarto, escucha las grabaciones del último show, de cuando se apretó a Dalia. Sabe que lo cagó a Pablo pero la mina lo buscó y él no es de los que pueden decir que no. Además Dalia tiene las mejores tetas de todo Martelli. Se escondieron atrás de un auto y lo dejó chupárselas un poco y meterle la mano adentro de la bombacha, pero después empezó con el cantito de que era mejor esperar. Es una turra esa Dalia. Ahora que lo piensa se siente para el orto por Pablo y también por Clari, su novia, que es divina, que lo trata bien, que le hace tortas y a la que no dejan salir de noche: la novia perfecta. Piensa en prenderse un cigarrillo pero enseguida escucha los pasos de su mamá que entra de golpe. Aprieta stop.

 

–No puedo creer que nos hagas esto, que me lo hagas a mí, no lo puedo creer.

–¿Qué cosa, de qué hablás?

–De esto, de qué voy a hablar–La mamá le muestra el ladrillo de marihuana que le ocupa casi las dos manos.

–No es mío eso, má, por favor dámelo.

–¿Que no es tuyo?, ¿que no es tuyo?, ¿vos te pensás que nací ayer? Ahora mismo voy a tirar esta mierda. Que no es mío, me dice. Que no es mío.

–Mamá, tenés razón, pero te pido por favor que me lo des, no es mío, creeme, te pido por Dios que no lo tires.

–¿Por Dios me lo pedís?, ¿por Dios? Vos sos un caradura, un mal parido, hacernos esto a nosotros, cuando se entere tu padre no salís nunca más, ¿me oíste?, nunca más.

–Damelo, mamá, yo mañana se lo devuelvo al dueño y nos olvidamos de todo esto, ¿te parece?, por favor, vieja.

–¿Vos te pensás que yo soy una pelotuda, no?, vos me vivís tratando de estúpida, de pelotuda, de imbécil, pero yo sé bien lo que vos hacés con tus amigos: vos te drogás con ellos, pero claro, el señorito se confió pensando que si su madre encontraba esta mierda no iba a saber qué era, ¿no? Sos un mal parido, eso sos. ¡Marihuana! ¡En mi casa! A ver, decime qué hacés con esto, ¿lo vendés, te lo fumás, te querés morir? Decime.

A Coco se le aparece la cara de Tumba. Tumba la mueve en Martelli, Munro y Florida. Tumba lo va a matar o no le va a creer oselevaareírenlacaraolovaahacercagaramordisconespor ese perro asesino que lleva a todos lados. Coco se tira encima de su vieja. Forcejean un poco, la madre tiene fuerza, no larga el ladrillo, lo empuja. Salí, salí, maldito. No grita, habla fuerte al borde del llanto sin soltar la marihuana que Coco le vuelve a pedir y la madre le vuelve a negar. Coco le agarra la muñeca, la mira a los ojos y le dice: Dámela. La madre trastabilla y Coco le hace girar la muñeca hasta que la presión de la mano cede y puede sacarle el ladrillo. La mamá pega un grito agudo y se deja caer en el piso, agarrándose la muñeca con la mano izquierda. Queda vencida, como si habiéndole quitado la piedra le hubieran quitado las fuerzas, como Superman con la kriptonita. Perdoname, dice Coco, y sale corriendo. No para hasta que llega a la casa de Juan.

 

Ella después de un rato se levanta y va a la cocina. Le duele el brazo, le duele mucho. Enciende la hornalla y piensa en llamar a su vecina con la que se junta a matear todas las tardes, pero no, hoy no tiene nada qué contar. Tampoco toma mate, se olvida del agua que hierve y se sienta en una silla a mirar el jardín. Se le está secando una azalea y ya no sabe qué hacer, qué ponerle. Probó con abono, con aspirinas, con todo lo que le recomendaron pero no hay caso. A veces pasa, como si fuera el destino de esa planta, mientras que hay otra igual al lado que crece hermosa, que se llena de brotes, ¿qué será?, ¿capricho? Cuenta la plata que tiene en la billetera y decide que va a ir al vivero a comprarse el jazmín que tanto quiere. Falta mucho para el día de la madre y además hay que ver si le regalan eso o cualquier cosa, como las últimas veces. No le dan bolilla, no la entienden, ya ni la conocen. Sí, hoy mismo quiere el jazmín. A la noche en vez de pollo con arroz hará unos fideos con manteca y si Tito se queja lo va a mandar a comer a lo de la madre. Mirá que exigirle a ella, con todo lo que hace por la casa, por ellos dos; unos desagradecidos, eso son. Lo que le preocupa es cómo va a traer la maceta hasta su casa con lo que le duele la mano, el brazo y todo lo demás, pero igual abre la puerta y sale, ella siempre se termina arreglando.

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