El cariño de los tontos

Leo El cariño de los tontos, de Antonio Di Benedetto. El cuento me entristece, me invade, me obliga a escribir. Es una gema que me saca la sensación contaminante de las personas malas a las que, en el piadoso afán que a veces me anega, hoy elijo llamar débiles. Pienso, siempre enamorada de imágenes, en qué animales voy a convertir a cada uno de ellos a la hora de escribirlos. Hago dibujos, anotaciones, vuelvo al cuento, le doy las gracias al autor. De tanto idearlos me encariño y ahora en vez de llamarlos malos o débiles se me da por decirles tontos. Es una palabra piadosa y tierna que, si no puedo usar, al menos voy a tragarme con el último mate, ese que me obliga a dejar la cama, el cuaderno, el libro, el zorro tuerto, la hiena Judas, la agudeza de las cotorras, la chancha envenenada, el perro moribundo y desconfiado que por las dudas tira el zarpazo que, ay, uf, no me alcanza. Sé que para seguir con el exorcismo y las mutaciones tendré que atravesar grandes aguas, así que empiezo por llenar la pava de agua nueva, fresca, agua para limpiar infinito, tanto como me limpia escribir, agua para nutrir a mis bichos, mis sombras, mis creaciones, tanto como me nutre mi trabajo. Agua y palabras, para los tontos, para mí.