Regar a la noche es tapar al día

Regar a la noche es tapar al día, es despedirse de lo invisible ofrendándolo con los pies mojados, pintados con lunares de barro. El brillo del pasto bajo la luz de la noche es azul y plateado y mío. Regar es un acto de fe. Me vuelve mística, les digo a los árboles algunos secretas. Cierro la canilla. Soy la que cierra y la que apaga la luz. Soy la que arregla, cocina, estudia. Soy la que enseña, pinta, espera. Canto y pido deseos. Muchos deseos. El olor a espiral me da la bienvenida a la casa que habito. Avanzo a paso cansado y veo a esas dos dormir: son lo más lindo del mundo, no hay otro modo decirlo. Palpito el momento de escribir sobre mi cama. Lleno hasta el tope el vaso de agua con hielo y limón, y también la copa de vino. Alterno sorbos de un vaso y de otro. Barajo la posibilidad de ducharme. Siento la proximidad del cansancio, nos saludamos, somos viejos amigos, él tiene una mano pesada y callosa, con la que me tira hacia abajo para meterme en ese otro mundo en el que jura voy a seguir viviendo. La letra se vuelve ilegible hasta para mí. Se me hace ajena. No la reconozco. Pienso que es una buena oportunidad para perderme entre los renglones, para irme así, embarrada loca y melancólica. Me pregunto cuánto tiempo me buscarían. Empiezo a dudar de los nombres y las palabras de amor. Pienso que este es tal vez un intento de definir el acto de regar pero que puede tratarse de cualquier otra cosa, y es cuando aparece la palabra cosa que decido apretar los ojos y dormir. Porque en ella entran todos los mundos, incluso los que creemos conocer.