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Vos salís, el otro entra

Buen día. Buen día. Vos salís, el otro entra. Vos te llevas un "Hasta la semana que viene" y el otro recibe un "¿Cómo fue la semana?". Avanzas sabiendo que ese otro va a apoyar el culo haciendo el ejercicio del cóncavo y el convexo, en el mismo sillón sobre el que recién dejaste el cuerpo sin vida de tu madre, mentiras disfrazadas de promesas, un par de balas mata-estima y, como quien no quiere la cosa, el frasco vacío de Rescwe remedy. Sabes que el cuerpo más o menos intacto que ahora saluda, a medida que avance la hora, la sesión, irá transformándose. Tal vez a él no le salga un cuerno en medio de la frente o esa especie de colita rutera en el costado de la cadera. Eso te pasa vos, pero tal vez a ese otro le nazcan colmillos, o le brote sangre de la médula, o sea capaz de hacer realidad el truco de escupir un buen fuego con el que logre quemar el dolor hasta convertirlo en una ceniza espesa que quizás el otro paciente, el que sigue, Buen día, Buen día, aspire de forma involuntaria y se sienta extrañamente reconfortado. Porque es sabido que lo que uno deja, lo que a uno le sobra, es tal vez lo que a otro le hace falta. Es sabido que el consejo de no perderse de vista y poner la atención fija en el centro, en el eje, en el punto exacto de la pulpa espiritual, es para algunos la salvación y para otros el equivalente a masticarse el ego hasta atorarse de si mismos. Que la sugerencia de transitar un duelo es para algunos un principio y para otros una lenta agonía que implica despojarse de la piel, los ojos y el corazón, para quedar vacíos y emprender una vez más el camino del renacimiento, con la esperanza de por fin reencarnar en un bicho poderoso, hábil hasta el punto de evitar pisar ese palito disfrazado de novedad que no es más que el mismo palito que pisó una y otra vez en todas y cada una de sus existencias anteriores. Y así es como en ese breve intercambio cordial, Buen día, Buen día, eso que no parece implicar más que un saludo educado, es una suerte de pase de manos, de posta energética, que sostiene tanto al monstruo propio como a ese otro gran monstruo compartido que queda en manos de ese ser humano mal y comúnmente llamado analista, ese ser transparente de apariencia infalible que abre y cierra la agenda, la puerta y la billetera y que teje, entre paciente y paciente, una tela en la que se van pegando bichos, desesperaciones, pelusas, traiciones, raíces, herencias, transferencias, simbiosis, discriminaciones, soledades, falos e incluso su propio cuerpo, que por las noches en vez de inhalar y exhalar repite sistemáticamente buen día buen día hasta luego nos vemos hasta la semana que viene y cualquier cosa que necesites me llamas.


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