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Hoy una persona me dijo

Hoy una persona me dijo con mucha seguridad que el alma del hombre tarda un millón de años en encontrarse con Dios. Qué profunda envidia me provocan aquellos que creen fervientemente en algo. Siempre que alguien dice la palabra Dios, me pregunto qué figura se formará en su mente. El Dios al que le recé durante mi infancia tenía la cara ovalada al igual que su pelo castaño oscuro. Era el corte que usaban los niños por entonces, y ahora que lo pienso aquel Dios se parecía bastante a mi hermano. Hubo períodos de mi vida en los que no creía en nada más que en lo que veía, pero igual a veces me encontraba inventando plegarias para serenar algunas de mis desesperaciones. Quién sabe a quién o a quienes les hablaría. Supongo que a fuerzas mucho más poderosas que las que solemos tener los seres humanos. A medida que se fueron muriendo muchos de mis más grandes afectos, mi mente fue cambiando la fisonomía de mis escasas creencias, hasta que estas se convirtieron en una gran mancha de luz incandescente e impiadosa que me provocaba el mismo ardor que fijar la vista en el sol de mediodía. Todavía hoy cierro los ojos para hacer mis pedidos y mis rezos, y no son pocas las noches o mañanas en las que me encuentro repitiendo oraciones que me enseñaron en el colegio sin pensar en lo que dicen. Creo en la fuerza de la repetición, las caricias de mis hijas, los ojos de mi abuelo, las pecas de mi madre, los retos de Elcira, la sonrisa de Pancho. ¿Será que creo en mis amores vivos y muertos? ¿Será que creo en el milagro de hacer personas y en el poder que provee la muerte? ¿Será que Dios va mutando su rostro, cambiando su nariz, el color de su piel, su modo de vestir? ¿Será que Dios es cada una de las personas que amamos? No creo que la muerte sea quien devele estas incógnitas, más bien creo lo contrario, que es acá, en esto que llamamos vida donde nos vamos cruzando con distintos Dioses a los que, sin son verdaderos, les importa un pito que los escribamos con mayúscula. Desde hace un rato estoy leyendo con una de mis hijas a mi lado. Ella lee una historia sobre una nena que también se plantea la existencia de Dios. Es una nena poco original pero muy cercana a nosotras, tanto que se nos parece, tanto que es una de mis creaciones. Mi hija corta su lectura para recriminarme lo mala que soy con algunos de mis personajes y las dos nos reímos. Es justo y necesario, parafraseo, y ella cierra mi debate místico del día diciendo que tengo suerte de ser escritora, porque eso me da el poder de inventar personas, lugares, animales, historias. Hoy, ahora mismo, esta noche, Dios tiene pelo largo, camisón rosa y doce años.


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