La lluvia es la descarga natural de la melancolía

La lluvia es la descarga natural de la melancolía. Todos los gestos del día se ven teñidos de esa emoción. La margarita a la que le cuesta encontrar su lugar en el jardín se deshojó y vos te quedaste sin saber cuál fue el último pétalo que se le cayó. Si el de me quiere mucho, el de poquito o el de nada. Siempre pensé que si tuviera que elegir entre uno de los dos últimos, optaría por el de no me quiere nada, porque el poquito es mil veces peor. Es el medio, el gris, el que podría haber sido mucho, el que podría haber sido nada, el dudoso, el potencialmente bueno o malo. Y en tiempo de lluvia, las certezas, por más tristes que sean, son mejores que las incertidumbres. Lavas los cubiertos de la cena de anoche, calentas la comida y reanudas el mate sintiendo en todos los gestos un dejo de agonía. También en el debate de si es mejor leer o escribir y, en el caso de elegir lo segundo, la duda de si es mejor hacerlo en el cuaderno personal, o en el que compartís con tu amiga, o en una hoja nueva húmeda, blanca, que te permita por fin redactar esa carta que venís esquivando los días de sol para no desaprovechar la belleza, y los días de lluvia para no cometer errores, como si esa contención te evitara los arrepentimientos, como si los arrepentimientos evitaran el deshoje de la margarita y su incógnita, como si tuvieras el poder de evitar la certeza inherente de las incertidumbres, como si todavía no supieras que al fin de cuentas sólo se trata de un juego de palabras.