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La semana pasada escribí:

La semana pasada escribí “…es sabido que lo que uno deja, lo que a uno le sobra, es tal vez lo que a otro le hace falta…” Lo escribí desde el dolor de panza y el insomnio. Pero este fin de semana dormí y fui muy querida, y todo cambió, por empezar el sentido de las palabras que dije, o intenté decir. Hoy recordé esa línea, y la volví a escribir a mano, en mi cuaderno, pensando en todo lo que dejé, en la parte nueva, en mis partes, en la forma que antes tenían mis domingos y en las caras que diagraman el dibujo de ese espacio de tiempo al que llamamos pasado. La leí en voz alta, me pareció que estaba bien, y entonces con el ego algo más estable, seguí pasando las páginas del cuaderno que sabe más de mí que yo misma, y me encontré con otras palabras que me costó leer. Son las líneas de algo que quisiera que alguna vez pudiera ser llamado poema, pero que por ahora es un amasijo de símbolos al que le voy sumando partes y partes y partes. Me reconocí recién en la palabra final y sentí vergüenza y pena por eso. ¿Será que entonces que no es uno quién escribe pese al gesto furioso de mover la mano y tirar palabras sobre la hoja ignorando el riesgo de caer en un pozo al que no se le puede adivinar un fondo? ¿Será que entonces nunca hay final y que todo lo que escribimos es infinito y que si le ponemos un punto es solamente porque ya no podemos cargar con tantas palabras? No sé. Muchas preguntas mal formuladas. Muchas repeticiones. Tal vez sea solo se trate de que hoy es domingo. Si, seguramente es eso. Ignórenme.

“Y quien sabe entonces si no fuiste vos el que me alentó-enseñó a convertir el desgarro de esta piel que, como una tela, se abrió a la altura del pecho deshilachándose en esa hache muda que silencia al hilo, a la aguja, que me deja desnuda vomitando una vez por semana las lentejuelas rojas del vestido de mamá, el cierre de tu pantalón estirado, la seda de los guantes quinceañeros, el dedal plateado de la abuela inmigrante, todo junto-mezclado con los restos de comida que no compartimos. Esos encuentros que ya no podríamos hilvanar por muchos cursos de manualidades que tomáramos como tomamos digestivos –vos tomabas Alka Seltzer- como tomamos los caminos, como tomamos de la mano a los que sí están, a los que no se fueron, a los que quedaron de este lado de la tela con la que me envuelvo y voy a la cancha en la que todos los días juego un partido en el que ocupo el puesto de titular, juez de línea y delantera, pese a que moriré sin entender la posición adelantada, pese a la camiseta sin numero, el pecho abierto y el equipo de adversarios, o quizás por todo eso, papá”.


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