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Ahora

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Estoy sentada sobre el futuro, ya está acá, ya llegó, ¿ya pasó? Ahora, y no antes, entiendo que él tiene el poder de hacerse y deshacerse al instante. Tomo mate con mis hijas, dibujamos hadas, damos vueltas buscando la sombra en el jardín, bailamos medio en bolas, felices. De a ratos, como una drogadicta, me meto en mi ecosistema de libros y fetiches, y busco entre cajitas ese papelito que me dio la reflexóloga la última vez. Las flores de Bach me pasan por la garganta y yo leo en voz alta: Soy responsable solo de mi misma y disfruto siendo quien soy. En la casa de al lado, la abandonada, creo que mi gata se está comiendo un pájaro o tal vez sea un ratón, esos que tanto asco me dan, pero que mientras no lo vea qué me importa. Y así es como más o menos funcionan muchas cosas, pienso. Busco esta computadora y me convierto en un demonio de dedos largos que le pega al teclado con una furia parecida a otra furia muy hermosa que a veces me sale. Siento en mis hombros el olor a protector solar combinado con sol y me digo que esto es, definitivamente, la felicidad. Y entonces la idea de futuro o presente se hace chiquita, como la de Jesús y su cumpleaños, como la de los reyes que en días nomás dejarán juguetes dentro de zapatos número 30. Qué me importa si fueron, si son, si vuelven. Fui educada en la fe cristiana, soy hija de una madre que murió joven y de un padre judío renegado que se fue porque quiso. Y entonces, cuando este año mi hija me dijo que quería tomar la comunión, no pude más que decirle que sí y lo cierto es que pocas cosas la han hecho más feliz. Habla de Jesús con la misma fascinación que de Helena, porque ahora se le ha dado por leer, también, la Odisea. Qué lindo es sentir fe en algo, y un día darse cuenta de que la vida es una cosa extraña que algunos tenemos la suerte de vivir desde la pasión y que el resto es eso: resto. Todo va a equilibrarse en sus cabecitas a medida que lo vivencien, se relacionen, agarren con fuerza lo que les gusta y desechen lo que no. Como a un ex compañero de cole le gustaba pintarse los labios ellas dos, cada vez que se los pintan, lo nombran. También hablan de maestros que tuvieron, hacen collares para amigas que aman, veneran juegos de cartas de vacaciones pasadas y películas que vieron. Su mayor religión tiene que ver con las mil veces que jugamos a dígalo con mímica. Nada es excluyente de nada. Somos la mezcla, el combo, la combinación, lo elegido y lo heredado, las mascotas, lo cotidiano, lo que leemos y comemos, somos también lo que podemos y, contra eso, decime si hay dios que valga. Ahora que acá quedó todo misturado me voy en paz: que las hijas, los padres, las letras, la pasión, la fe y tantísimo más que al final nunca se dice. Es que el futuro, mi futuro, viene así parece, con por lo menos dos mil quince ideas por minuto que ya pasó, que ahí viene.


 
 
 

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