Ayer vi el primer tiempo del partido mientras comía con mis hijas
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Ayer vi el primer tiempo del partido mientras comía con mis hijas. Angelita bautizó al número diez “Messita” y le gritaba frases del tipo de “Ay, Messita, te queda horrible la barba pelirroja pero te quiero”. El segundo tiempo ya quedó de fondo y en modo “mudo”, y cada tanto interrumpía la lectura de una novela para mirarlo. Después vi parte del alargue y para el resto volví a enmudecer las imágenes y escribí una carta. Los penales ya no los pude ver, déjame de hinchar, mirá si voy a tironear así de los pocos cablecitos más o menos dignos que me quedan en mi sistema nervioso. Así que recién esta mañana vi el video de Messi diciendo que cree que ya está, que no se dio, que para qué seguir intentando algo que no resulta. Tras sus palabras, y con el perdón de los amantes del futbol, se me abrió una pregunta que abarca mucho más que dicho deporte, y tiene que ver con si “está bien” o “está mal” –por decirlo de algún modo, por jugar a la polarización- renunciar y bajarse de un proyecto que va dando claras muestras de que no es posible al menos para uno, al menos en un momento determinado. ¿Hasta dónde es bueno tirar de una soga con la que no podemos? ¿Cuál es el límite, dónde queda? ¿No se trata de algo tan personal como el gusto por la morcilla? Me llama la atención la velocidad con la que los dedos se levantaron para juzgar a Messi, algunos con más bronca que otros. Lo traslado a un entorno más chiquito y manejable para mí y pienso: ¿Y si para el pibe la selección argentina era, de sus laburos, el que menos satisfacciones le provocaba? Capaz estoy diciendo una burrada pero pienso en ejemplos de personas como cualquiera de nosotros que quiere mantener, ponele, un trabajo, un espacio, un vínculo afectivo con alguien con quien acaso no se comparte el modo de amar, o algunas ideologías, o el tipo de educación, pero uno igual intenta por los hijos, o por el camino recorrido, o por el afecto construido, o por comodidad, o por todo lo otro que sí se tiene en común “pero”. ¿No será que cuando no se puede, no se puede? ¿Es una obviedad estúpida que en el fondo uno sabe pero le cuesta asumir? Yo creo que este muchacho ya sea por falta de amor, de pasión, de entendimiento, o por intereses personajes, ya tomó consciencia de que con esto no puede, que ya lo intentó, que hizo lo que pudo, y que no pudo. No creo que se trate de cobardía o de falta de huevos, como tampoco creo que si, en el próximo giro narrativo, de golpe se decidiera a continuar, se trataría de obstinación, de ser porfiado aunque el destino se esfuerce en demostrar que no es por ahí, que simplemente no puede ser. No sé, yo no lo sé, y me pregunto quién puede saberlo, tirar la primera o decimonovena piedra, y acusar. Lo que sí sé es que las tres veces que gané una segunda mención y un segundo premio en certámenes literarios, fui mucho más feliz que nuestros jugadores anoche, con su supuesto “no flamante” título de subcampeones.
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