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Catarsis

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Uno cree que conoce a la persona con la que duerme hasta que un día se separa y se da cuenta que no sabe nada, que nunca supo, que todo lo que pasó le pasó a ese otro ser que habitó esa cama, que besó esos labios, que bailó frente a esos ojos vidriosos llenos de deseo. Ayer, esos mismos ojos -¿son los mismos?- me miraron acusadores. No es una telenovela, les dije. Ellos estaban viendo lo que algunos nombran como “el futuro”. Ellos me estaban imaginando con otro tipo en una cama, sobre una cama, desnuda, en movimiento, tirando el cuerpo hacia adelante, y hacia atrás, como un jinete, aullando. Con lo que te gusta cuánto vas a demorar en estar con otro. Eso me decían sus ojos, esos ojos, los de alguien que creí conocer. Sí, me gusta, ¿a quien no? Nos enseñaron a ser hipócritas, la mentira es siempre más cultural que cualquier pasión. ¿Pero él era así cuando lo conociste? ¿Así cómo? ¿Machista? El hombre no siempre es, el hombre también se hace según las circunstancias. Hoy necesita de ese machismo, es su combustible, ahora que su mujer se va a coger a otro precisa mirarla con desprecio, como a una reventada, porque sabe de lo que ella es capaz, porque sabe que es de las que miran a los ojos cuando chupan, porque sabe, porque la conoce, porque todavía, si se concentra, puede verla convertida en triangulo, con la cara apoyada sobre los brazos, con el culo parado gimiendo. Siente la erección que, combinada con la furia, lo desequilibra más que todo lo que lo desequilibró hasta ahora. La quiere ahorcar y cogérsela mientras la ahorca, antes de que se la coja otro, antes de que cualquier payaso la despeine, le tire del pelo, le toque ese ojete terrible que tiene.

Y entonces busca, agarra el celular, lee mensajes, mira los números como si fueran símbolos a descifrar, signos obscenos, como montones de pijas amontonadas 55 464 3421 es igual a quince pijas cuatro dos pijas uno siete cinco pijas. Amenazas. Machista. Retrogrado. Y ella que venía discutiendo con sus amigas más feministas, diciéndoles que paren un poco, que tampoco la pavada, que no se enganchen así, tan en contra de todos los hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin saber que son la razón de lo mismo que juzgáis. Pero sí, es así, a la primera de cambios el hombrecillo de nerdenthal asoma con su chipote chillón y en vez de pegarte dos o tres gritos para amedrentarte el ego, se mete en tu teléfono como antes se metía en tu concha y revisa y revisa y busca y busca. No encuentra. En un punto se decepciona. Era tanto más genial encontrarse con otra poronga, mirarla, medirse, puntita con puntita, y decirle que capaz la suya no es más larga pero llego primero, se cayó antes en esa zanja. ¿Zanja? Qué expresión antipática. Pero no, no hay otra poronga, y entonces él se queda mirándose la propia, la conocida, la de siempre, la que tiene. Es larga, es linda, es poderosa. No, poderosa ya no, no con ella. Larga y linda, pero inútil. Se la golpea un poco con la punta de la mesa. Uno, dos, tres golpes secos. Pero no, nada, el dolor es siempre más chiquito que el de haberla perdido a ella. Ella… La que lo dejó por convicción, la que lo dejó sin plan B, porque ella es fuerte, ella es su propio plan: A, B, C, D. Ella podría ser un yogurt de esos que recomiendan los nutricionistas para llevar una dieta equilibrada y por ende una buena calidad de vida. Ella es saludable, ella te hacía bien, cómo la dejaste ir, cómo la perdiste, por qué no escuchaste, desoíste los consejos, te cagaste en sus dichos porque, como toda mina, es una rompe huevos, cómo rompes los huevos, me los pateo los huevos, le decías.


 
 
 

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