Desde ayer que pateo una tristeza gorda y pesada
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Desde ayer que pateo una tristeza gorda y pesada. Escribo y me doy cuenta que ya no funciona el nueve, ni los signos de interrogación, y que las palabras son acompañadas de símbolos caprichosos que tengo que borrar. Me levanto pensando en el momento de la siesta que al final nunca llega. Por la pared de la cocina se vuelve a filtrar agua, me depilo, me pinto las uñas de rojo. Voy al cementerio privado a pagar. Me acuerdo de no haber entendido a mi “abuela putativa” cuando compró la parcela, me pareció cosa de ricos, de gente que no sabe en qué gastar la plata. Hay gatos y flores naranjas, y leo en voz alta sus nombres que, impresos, son todavía más tristes. Mis abuelos fueron el matrimonio más enamorado del que fui testigo. Se besaban tanto, y ella lo esperaba desnuda en la cama cuando hacía calor o cuando se le cantaba. Y cuando decía esas cosas en la sobremesa familiar a mí me daba vergüenza y amor. Un día le dije que le envidiaba esa devoción, como él la miraba, cómo ella lo cuidaba. Ella me dijo que me envidiaba las hijas; le hubiera gustado ser mamá. Ahora le pido favores, muchos, me disculpo por la cantidad, pretendo que me entienda. También le pido paciencia, si ya me conoce y sabe que esta melancolía se transforma en sangre y que este duelo no se termina nunca.
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