Desde siempre disfruto de juntar piedras
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Desde siempre disfruto de juntar piedras, son para mí los adornos más bellos que pueblan mis estantes. Una la traje de mi última visita al mar; otra es de la montaña, de una tarde de tormenta; esa otra de aspecto grisáceo en realidad, si se la sumerge bajo el agua, adquiere el color de la sangre. Ayer regando mi jardín me tropecé con una que no recuerdo de dónde traje ni cómo llegó ahí. Tenía aspecto de batracio. La tomé entre mis manos e instintivamente la besé. En un segundo mi piedra se había convertido en sapo. Le pedí que no me hiciera pis en los ojos, uno de los terrores de mi infancia. Me dijo que no iba a hacerlo, ni eso ni ninguna otra cosa más que la de darme un consejo y una sorpresa, pero como no ando para peroratas me defendí diciéndole que en realidad no estoy tan mal, que a veces exagero, que la soledad esta sobrevaluada, que… Callate, nena, y escúchame bien: este año dejas el vicio de amarrocar piedras y solo te limitas a ver pasar panaderos. Nunca los agarres, nunca los guardes, ni siquiera los soples, solo los mirás pasar y si queres podés contarles algo pequeño como ellos, que te cortaste el índice pelando papas, que otra vez confundiste el shampoo con la crema de enjuague, o que es mentira eso de que hace días que no tomas vino. ¿Y después?, pregunté ansiosa. Y después nada, nena, me dijo, después no los vas a ver más, y ese es el punto. Con los panaderos es imposible incurrir en tropiezos, dijo, y se tiró encima de mi cara y abrazándola con sus cuatro extremidades abiertísimas, me encajó un beso baboso tras el cual, inmediatamente, volvió a su peso y forma de piedra para caer exactamente encima de mi pie.
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