Detalles
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
La novela me anda pidiendo detalles. Ella, mi personaje, los necesita. Camino, caminamos, por la casa advirtiendo lo sucias que están las cortinas, lo bien que hacen los lapiceros, lo bueno que es jugar con las piedras pasándolas de mano en mano. Sobre la mesa vemos las frutas dentro de la panera: un limón, dos mandarinas, ese zapallo casi pintado a mano que ojalá nunca hubiera que cocinar; ella me promete que no va a hacerlo. Pero no es suficiente, necesito, necesitamos, más detalles. Abro, abrimos, el primer cajón del mueblecito floreado que heredé de mi mamá. Mi personaje, en cambio, lo compró en una feria de antigüedades. Dentro de esos cajones hay un par de mundos que conviven, el trato no siempre es el mejor. Como mi personaje no tiene hijos, los dibujos de mis nenas van a convertirse en cartas de algún novio, un pésimo poeta bastante falopero, o un pretendiente anónimo por el que a veces, todavía, ella siente, ambas sentimos, curiosidad. Como leer no es uno de sus intereses, decidimos que mis señaladores van a ser una colección de estampillas a las que ella les adjudica un valor económico que muchas veces fantaseó invertir en un viaje sólo de ida, pero nunca decide, decidimos, el destino. Cada entrada de concierto va a ser un párrafo de un capítulo. Contamos doce y pensamos escribirlos escuchando, para cada uno, la música que le corresponda, aún la que ya no nos gusta.
Con lo que no sé qué hacer, con lo que no sabemos qué hacer, es con la foto. Hay objetos que no puedo convertir, le explico. Ella sugiere que se trate de una familia amiga, pero no es una buena idea. Podría convertirla en una foto de ella y su marido pero a él todavía no puedo verle la cara. Las dos miramos la imagen que guardamos otra vez debajo de los papeles, ganchitos y libretas, maldiciéndolos por no haberse impuesto por sobre la melancolía que invade las historias que escribo, que escribimos, que son las que vivimos, vivo, que son que es lo mismo. Jugamos a abrir y cerrar ese rejunte de botones castañuelas monedas, la pulsera que nunca voy a arreglar, los aros viudos, la pelusa de los rincones de ese cajón que cierro, cerramos, para dejar de mirar el sacapuntas plateado, la hebilla española, el costurero minúsculo, todos esos detalles que usan la voz del pasado, rasposa, que nunca, ni por piedad a nuestra esquizofrenia, se calla.
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