digo

Digo, decimos, que no a dos ofertas de asado y a una de excursión con hijos. El sahumerio es de coco y la melancolía reinante del fin del verano y de alguna pérdida cercana. Me resisto a darle siempre el poder al domingo. Ya nos fumamos lo que teníamos, ya vomité en inodoros y libretas los conciertos, las lecturas, las dudas de si nuestra novela es genial o una verdadera porquería que cualquier niño más o menos sensible podría escribir. Pero nos quedamos acá, igual, juntas mi linda, y mientras leo en voz alta y establezco que un termo de mate equivale a tres idas al baño, mientras decido que hoy para mí no hay mejor compañía que vos y que si hay una razón por la que nací es para que estemos juntas, nos embadurnemos con crema y miremos las fotos y los dibujos con ojos nuevos aun cuando hay este sol, recuerdo, recreo, rearmo, invento, transpiro. Y entonces el capitulo uno, el capitulo dos, y el tercero al que le falta un siglo que puede durar el día entero. La casa se hace enorme, mejor no mirarla, porque entonces el pasto largo, el baño sucio, las camas sin hacer y la comida que más tarde será una falta. Te pido ayuda para atarme las anteojeras y así poder avanzar al lado de Mari, esa nena de voz cascada y de Lucas que es tan lindo pero. Quiero llegar al muelle, a la noche en el campo, a estar rodeadas de tábanos, esos maestros del ataque sorpresivo, y escribir desde ahí, mi querida, escribirte, usarte, agarrarte de los pelos y ser yo la que te pica a vos con mi aguijón de tinta negra. Te enveneno para ver si, mientras el viento hace que todo se golpee, nosotras podemos sacar adelante una historia, una simple historia, que también sacuda un poco algo, después de todo, de tanto.