top of page
Entradas recientes
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas destacadas

Domésticas transformaciones

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 5 Min. de lectura

Es escritora, se siente regida por la luna de hoy, la luna llena, luna de cambios. Pero no pasa nada que no pueda controlar saliéndose de la dieta, ingiriendo papas fritas con mucha sal y dejando los platos sucios en la pileta, eso es, sin dudas, lo mejor de estar separada. No rendir cuentas culturales, ancestrales, eso del Te cocino, Te espero, Te hago la cama. No, ella se hace sola, y hoy no lava. Escribe desde el lavadero en el que detesta trabajar diez horas al día para no ganar un peso. Escribe desde la oficina donde le falta el aire. Escribe parada, en medio de la calle, jugando a que la gente la tenga que esquivar. Cuando llega a su casa es recibida por seis soretes, uno ya está medio gris, los otros parecen bastante frescos. Se decide y busca la cuchilla con a que su papá hacía asados. Después de matar al perro recuerda la promesa de su hija mayor el día que trajo al animal de la calle. Le parece que es mejor practicar el discurso que va a escupirle en un tono algo más elevado que el habitual, ¿más?, sí, más, tiene que pensar qué palabra va a dar cuenta de ese volumen. Escribe una nota al pie: volumen. Solo ella entiende esas notas. Cuántas veces dije que estaba harta de limpiar y pisar mierda, te hubieras acordado antes, ¿qué pasó con la promesa de ocuparte, te la olvidaste, no?, yo no me olvidé de la mía, yo hablaba en serio cuando te decía que si seguía cagando así y nadie lo limpiaba lo iba a matar. Cierra la puerta de su cuarto y los escucha llorar, ¿cuántos hijos tiene?, en su casa hay siempre muchos niños manchados de témpera. Es maestra, es escritora, es artista, pero no siente pena por lo del perro, han de ser las pastillas que le quitan la sensibilidad. Ahora está en su casa, descalza, serena, acaba de fumar, vive sola, otra vez es muy joven, recién empieza a aprenderse las canciones de Los Beatles. No le alcanza para tomar un curso de inglés. Es escritora, vive descalza, aun siente algo de aquella fe que le inculcaron en el colegio, pero la de ahora es una fe ambigua sobre todo después de las siete de la tarde cuando ya tiene sabor a whisky en los labios. Tirada en su nuevo sillón acaricia a su gato, habiéndose quitado recién, gracias al café doble, la fea sensación de discutir con el padre de su hijo, de su único hijo varón al que le gusta acariciarle la cabeza. Adora su corte de pelo, la caída pesada de esa mata negra y lacia, esos ojos achinados, su tez oscura. Es un niño que no hace grandes planteos, solo juega apilando bloques y revoleando autitos. Qué lindo es. Lástima que ella no sea madre y tal vez ya no pueda serlo, los cuarenta pasaron hace rato y ahora que cobró la herencia se divierte haciendo muebles con libros, como en El palacio de la luna, libro que juró no leer por capricho, por contrera, como la llama su madre, con la que tiene una relación amorosa y difícil. Tiene dos amantes, uno es más bien gordo, el otro lee mucho y le explica las tramas de los libros y ella después va a los seminarios y finge haber leído más de lo que leyó y miente con una fluidez de la que nadie sospecharía.

Es escritora, está descalza, se pone ojotas. Saca la basura propia y la de su vecina muy vieja, repitiendo Es humillante, Es humillante. Se lava las manos cada diez minutos, tiene un nombre esa compulsión pero nunca se lo acuerda. La sensación de ser una miserable se le pasa ni bien entra a su casa: una habitación con una mini cocina y una mini heladera, seguida de un baño en el que duerme su bicicleta. Ella sabe que comparte su casa con una nena, cada tanto la ve, justamente, cuando saca la basura. La nena tiene un vestido blanco con cuello negro, ahora las niñas ricas lo usarían, pero se nota bien que no es de ahora, al igual que la nena. Al principio le tuvo miedo, pero cuando puso la manta de colores sobre el colchón todo cambió. La compró en el norte, se la regateó a una señora muy pobre, después se sintió culpable pero le duró poco: cuando volvió estaba tan feliz que llenó las paredes de círculos de colores. Ahora mientras escribe se siente arrepentida porque le están por ir a hacer una nota y su casa parece un dormitorio infantil y ella tan sin hijos. Es escritora y esta mañana les dio de comer a los peces de su amiga la que viaja y regó sus plantas. Les habló y les cantó. No canta bien pero una vez cantó un jingle de pastillas laxantes, su mamá lo recuerda siempre, pero si lo hace delante de alguien más ella niega que era su voz y hace gestos para dejar en claro que su madre está loca. Su madre murió hace unos años, cuando ella tenía quince. Fue duro perderla en la plenitud de la desdicha. Para superarlo, a los veinte años se puso siliconas. Después de la operación cambió de analista, cansada de que la anterior le hablara de la teta como símbolo de la maternidad. Ahora disfruta mucho de tocarse las tetas, se las agarra, le gusta mucho mirarlas en el espejo, le da tanto placer que siempre termina masturbándose. Le basta la imagen de su propio cuerpo para hacerlo, Eso es una bendición, le suele decir su amiga que viaja mucho, pero quién sabe qué opinaría ahora que se está masturbando en su casa, frente a su espejo, con la tierra de sus plantas entre los dedos. Es escritora y una vez escribió un cuento sobre un espejo que cada tanto mostraba, caprichosamente, algunas de las imágenes de las que había sido testigo. Nunca se las mostraba a quienes las habían generado. Estaba bueno el cuento, pero jamás lo escribió. Muchas veces no sabe qué escribe y qué recuerda. Ella creyó que después de operarse, de haber tomado esa decisión concreta de cambio y transformación, su vida iba a plagarse de finales, de todos esos finales que sus principios pedían a gritos, pero solo se quedó con un buen par de tetas que la ayudaron tanto más en el sexo que en la producción literaria. Cómo se ponen los hombres con las tetas, le dijo anoche al tipo con el que se acostó, a quien no va a volver a ver. Está atravesando un período de mucho sexo, de muchos amantes, le viene bien para limpiarse de la abulia del matrimonio que sostuvo durante diecisiete años. Ahora vive con sus tres hijas mujeres. Pese al exceso siento que la ecuación es tristísima, le dice a su amiga mientras se termina el daiquiri de durazno, Son las once y media, pidamos otro. La amiga acaba de llegar de Cancún, le trajo trajes de baño de muchos colores, ella sabe que algunos se los va a terminar regalando a sus hijas, pero no se lo puede decir a su amiga aunque sí pueda contarle, y de hecho lo hace en detalle, cómo la chupó el amante de anoche. Las dos se tambalean sobre los hilos finitos y largos con los que está tejida su amistad. Escribe la frase pese a que le suena que en algún lado la leyó. Ahora toma un mate lavadísimo y siente necesidad de salir a dar una vuelta bajo la luna llena, sola y descalza, con su cuadernito en la mano, por las dudas se encuentre con algún destino que esa mañana de sol le venga bien.

Abril 2014


 
 
 

Comments


Síguenos
Buscar por tags
Archivo
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page