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El verano tiene la virtud de volverme primitiva

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

El verano tiene la virtud de volverme primitiva. Su calor hace supurar mi esencia menos civilizada, esa que mi cuerpo, memoria de viejos otros cuerpos de mujeres, hombres, animales, plantas, todavía conserva. Mi pelo se enreda hacia afuera, sale, hace dibujos detrás de mis orejas. Cuando se me da por reírme sola, sobre el asfalto caliente, es porque una cana me burla o un pelo recién nacido llora de hambre. Como el corpiño saca lo peor de mí, miento diciéndole que así, guardado, lo preservo del mal. Hay hombres que miran mi pecho queriendo meterse en esos dos relieves diminutos que delatan una desnudez como cualquier otra. A uno ayer le pregunté si necesitaba algo. Parece que no, dado que se dio vuelta y se fue, avergonzado. Pero yo entiendo, no estamos preparados para ver mujeres con pelos debajo de los brazos, como tampoco lo estamos para ver a una madre y sus dos hijas que antes de salir se metieron debajo del agua con la ropa puesta, pese al esfuerzo que les significó el haberse vestido para preservar el pudor ajeno. La protección de la vergüenza de los otros es un gesto muy poco valorado. Mientras, la tormenta limpió íntegramente el piso de mi cocina, esa plataforma que se dejó franelear por la presión del secador plástico durante una hora. Los brazos me quedaron cansados, el olor a humedad se me metió en la cara, pero mi revancha esperaba ahí, sobre el lado vacío de la cama, ese que enseguida se llena de papeles y lápices. Porque mi desnudez tiene otro hogar: el de las palabras. Allí habita mi pudor, mi fe, mis olores. Cerca de la una de la mañana había recuperado mi ignorancia y lloraba sobre las páginas impresas de mi voz y de esas otras voces nítidas que se parecen a mis recuerdos. Cuando me decidí por el descanso un ruido desgarrado me hizo saltar: la enamorada del muro que cubre las paredes de mi casa se partió formando una suerte de carpa idéntica a “la guarida”, el rincón donde mi protagonista se mete cuando siente que las palabras y las personas dejan de tener sentido. Las hojas al principio me pincharon, pero enseguida se dieron cuenta que alguna vez fui una ellas. Jugamos a ponernos nombres, a los detectives y a los novios. Mi desnudez y el verano, al final, se decidieron por la monogamia, haciendo hincapié en que era una decisión temporaria. La ceremonia tuvo lugar en mi vientre.


 
 
 

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