Empieza el día que se promete largo
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Empieza el día que se promete largo. Arranca cerrado, con el viento que corre lo negro oscuro para dar paso a lo gris casi blanco de la mañana. Ahora ya se pueden ver los pájaros haciendo sus dibujos triangulares. Siempre me llaman la atención los que quedan rezagados detrás, esos a los que parece costarles seguir, ¿será que se distraen? Ya con el mate y los libros llego a mi paraíso privado. Abajo las nenas duermen calentitas, seguramente quejándose, entre sueños, de que su mamá se-va-a-trabajar. Toco los lomos, las páginas, abro mis tesoros, leo fragmentos, tomo notas, pienso en relaciones entre autores, de Zambra a Kafka y de ahí a Levrero que (me) dice “…pues la única libertad verdadera, lo sé de sobra, es aquella que se conquista”. Pongo la mirada severa en el horizonte porque siempre me envalentona la palabra “conquista”. Actúo para mí. A medida que leo, el cielo se abre, las nubes se corren, y en mi mente aparecen las caras de los amigos que hoy vendrán a visitarme, la de los alumnos que en un ratito se van a quejar de los muchos autores que recomiendo, las de las nenas con bigotes de café y manchas de mermelada. Pero también aparece mi cara, esta que, ojerosa, me ayuda a fuerza de gestos, a escribir. Esta que establece coreografías exageradas para decir nombres. Esta máscara que algunas mañanas muy tempranas se dispone a tejer un retazo firme entre el alba y las letras, mientras algo parecido a la claridad nace.
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