En la adolescencia
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
En la adolescencia, para poder salir, los sábados a la mañana mi viejo nos levantaba muy temprano para que lo ayudáramos con el jardín. Teníamos que barrer y juntar hojas, podar algunas plantas, vaciar la bolsa de pasto de la cortadora, sacar la basura que no pesaba tanto como decíamos. Hoy me levanté sola, muy temprano, con la idea de barrer las hojas, podar, acomodar mis macetas, cortar el pasto. Me acordé de mi viejo, de su precisión para mantener el jardín, de su cinismo cuando, a veces, se le antojaba que no habíamos puesto de nosotros lo mejor y, aun habiéndolo ayudado durante horas, no nos dejaba salir. Y entonces me puse a charlar con él, a establecer una conversación entre esta mujer que soy y ese hombre que ha de ser él en algún lugar. Enseguida se quejó porque interrumpo la tarea para tomar mate, porque corté demasiado la planta de romero, porque dejo que “esos gatos de mierda” meen en cualquier lado. Lo más divertido fue al final cuando me dijo que hoy no podía salir. Pero, papá –qué raro se sintió decirle así después de tanta vida- ya soy grande, ya no podés decirme lo que puedo o no puedo hacer, ya no podés retarme, sentenciarme, cohibirme, callarme, gritarme, ya no. Y entonces vi, entre esas montañas de hojas, a una mujer de treinta y ocho años que cuidaba de su jardín y de su existencia hablando con sus plantas aromáticas, con sus hijas saludables, con esos gatos maleducados y con sus recuerdos rotos, inventados, falsos, verdaderos.
Comentários