Estoy entrando muy velozmente en la corriente gagaísta

Estoy entrando muy velozmente en la corriente gagaísta. Viene de gagá, de mamá gagá. Los días de chicas, con mis hijas, son increíblemente mágicos. Ayer dedicamos la tarde a ordenar y acomodar sus cosas. Dentro de enormes tachos de plástico metimos pequeños mundos de diferentes categorías: peluches grandes y peluches medianitos, Barbies enteras, mascotas que entran en la palma de la mano, juegos de cocina, artículos de coquetería. Esos son algunos de los nombres. También se fueron dos inmensas bolsas de cajas, papeles, cabezas, cuentas y gomitas de pelo estiradísimas, y dos todavía más grandes de “Juguetes que ya no usamos, mamá”. Siempre fueron generosas, pero ayer se desprendieron de los juguetes de cuando eran dos felices bolas de carne tan llenas de rollos. En esas bolsotas se fueron recuerdos, juegos, intentos de hacerlas dormir, festejos. Sí, ya sé, todo queda en otro lado, así suelo pensar, pero una de las máximas del gagaísmo –corriente materna-judeo-cristiana- es la de hablar desde el dramatismo más extremo cuando se trata de los hijos y los procesos de desprendimiento y cambios de etapas. Y, como si fuera poco, hace un rato fui a hacer compras y se quedaron solas, en casa, una leyendo, la otra jugando con los juguetes de la caja “ternuritas”, seres poseedores de ojos grandes y mucho pelo de color chillón. Vos andá tranquila, má, me dijeron sonrientes. “Tranquila”… Y me fui, masticando esa palabra que juega conmigo, que se acerca y se aleja a cada rato, que me confunde. “Tranquila” ¿Cuántas acepciones tendrá? Debo consultar el diccionario gagaísta ya mismo. Espero lo vendan en el chino.