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Fantasmas

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Estaba escribiendo un cuento con título, cosa extraña porque el título es lo que más se suele demorar, cuando mi hija me gritó desde abajo de mi torre que alguien me llamaba por teléfono. Bajé las escaleras disfrutando del ruido de los pies golpeando los charquitos de lluvia, y llegué a la mesa de madera donde ese objeto lejano, con cable ensortijado, esperaba por mí. Al otro lado de la línea un fantasma me preguntaba qué sabía sobre un dinero que fue de alguien pero que ahora, tras su muerte, nadie sabe de quien es, y que entonces yo, y que entonces él, y que en su mundo es más necesario que en el mío, y que la familia, ese fluir amoroso y macabro de la sangre, y que él fantasma, y que yo humana. Dinero… los fantasmas también lo necesitan; qué extraño y razonable me pareció. Pensé en lo buen evangelizador de su doctrina que ha sido el capitalismo aunque, finalmente, no es más que un invento de los hombres por tanto… ¿Quién inventó a quién?, le pregunté al fantasma. No sé, me dijo, Yo solo sé que estoy hecho de ambición. Me pareció que tenía preparada la respuesta. Qué honestidad, pensé con envidia, y yo que creí que iba a darme vueltas, a defenderse, a hablarme de sus derechos, de la falta de los míos, pero no. ¿Y vos de qué estás hecha?, me preguntó. Miré los bucles de plástico y la tierra que revestía los botones con números, y corté. No vuelvas a atender, le ordené a mi hija. Subí a mi torre, me senté en mi trono floreado donde me repetí mil veces la pregunta del fantasma: ¿De qué estoy hecha? Al principio solo quise para mí lo lindo: estoy hecha de cuentos, historias, amor, abrazos, besos. Pero al rato todo me fue insuficiente y me obligué a una verdad más descarnada. Estoy hecha de cobardía, coraje, cables, botones, conversaciones, polvo, números, mentiras, deseos, mate, gatos, queso, vino, madre, padre, vida, hijas, hermanos, compañero, fotos, lápices, libros, aromas, campo, montaña, rencor, amigos, cremas, pegamentos, yerba, papeles de carta, cartas, lapiceras, bombachas, cajitas, alfombras, envidia, aros, escritorio, dibujos, dinero... ¡Te agarré!, gritaron. Tardé una vida en entender que se trataba del fantasma. Quise levantarme y decir algo pero él ya estaba sacudiéndome de los hombros, dándome cachetadas, disfrutando como un loco de mi desconcierto y mis lágrimas. Forcejeamos y en un descuido pude tirarlo al piso. Me acosté encima suyo y dejando caer un poco de baba mía dentro de su boca, le propuse compartirlo todo. Estoy hecha de fantasmas.


 
 
 

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