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Fotoletraje 2015

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Montañas

Nadie diría a simple vista que son hermanas. Se criaron en la misma casa, pelo largo y pelo más largo, rubio y rubio más oscuro. La madre quiere más a la más rubia. El marido de la madre quiere más a la otra, porque a esa no la toca. Dicho así, las diferencias no parecen ser tantas, pero es por la limitación del lenguaje. Los ojos de una, después de llorar, siguen llorando mucho y siempre terminan apuntando sus pupilas a la montaña. Horas y horas detectando los marrones, verdes, negros y amarillos. Los ojos de la otra, en cambio, se cierran pensando que no hace falta nunca mirar tanto, todo. Ha llegado a pasar diez días sin abrirlos y ya puede hacer perfectamente lo mismo que con los ojos abiertos: comer, vestirse, bañarse, caminar, no verlos. Ella no es de llorar. Ayer su hermana la convenció de irse juntas, en principio, a la montaña. Tardaron horas en llegar pero alcanzaron la cima. Desde acá abajo ya nadie, ni su madre, podría distinguirlas. La que ahora pisa lo que antes miraba, ya no va a parar de llorar. Su hermana baila alejándose con sus pasos torpes, sus ojos sellados, convertida en una distancia irreparable.

-sin título-

¿Te acordás de los dibujos que hacías? Tu abuela Mari los tiene guardados. Pedíselos alguna vez, le va a gustar que la visites. El pueblo es lejos, sí, pero puede hacerte bien ir, alejarte. ¿Te gusta el verbo “alejarse”? Claro, hoy tiene otro sentido para vos, vos tenés otros sentidos, pareciera que se te multiplicaron. ¿Si te hacen cosquillas pueden encontrarte el sentido del humor? ¿Lo dejaste impreso en tu tarjeta personal? ¿O te lo fuiste tomando de a sorbitos junto con el café de máquina? A ver, soltate un poco la corbata y ajústate al sistema, sos parte. Ni se te ocurra pensar que puede existir algo más importante que la empresa. Cuidá tu patrimonio, nunca seas subversiva. Dejate de hinchar con el recuerdo de los caramelos caseros y el olor a jabón del pelo de tu abuela, no tiene lugar ahora, en la vida que llevás. Los accionistas te necesitan concentrada. ¿Te gusta la palabra “plebeya”? ¿Vos pensás que sin ellos no serías nadie? El peinado siempre tirante y los trajecitos impecables, todas las semanas van y vienen de la tintorería. Tu familia estaría orgullosa de no reconocerte. No te comas las uñas. Sentate derecha. Practicá tu dicción. No fantasees más con licencias por enfermedad. El presentismo promete buenas recompensas. No molestes por tonterías a la gente de recursos humanos y permití que te llamen “recurso”. Si te ponen un número es porque sos parte. Por nada del mundo atiendas ahora a tu mamá, concentrate en la reunión, tu mamá solo llama para avisarte que tu abuela Mari, la que guarda tus dibujos, la que te hacía el caramelo casero, se está por morir. Tragá saliva. Sé más inteligente que el edificio que te ampara. Ahora tus amigos son la gente del departamento de red, de cuentas, de marketing, de sistemas, de legales, de contaduría. ¡Cuántos amigos hiciste en estos años, chiquita! Te diría la abuela si no fuera porque acaba de morir. Tu mamá llora al lado de la cama y piensa en vos, se pregunta si habrá hecho bien en incentivarte a estudiar tanto. ¿Estudiar es crecer? ¿Cuántos años tenés? ¿Cuántos llevás acá adentro? Sonreí que ahí viene tu jefe, que ahora es como tu padre. No te olvides: todo lo importante está acá adentro pero si te cansás bajá al kiosco, o subí al comedor, no necesitás salir nunca, entre las ocho de la mañana y las siete de la tarde sos un recurso que de humano ni una pizca, pero qué importa, ¿o sí importa?, No, ya no importa. La abuela Mari va a ser cremada, tu mamá le pide a tu papá que llame a la empresa, a ver si así tienen suerte. Tu papá le miente diciendo que no se pudo comunicar, él hace rato que te da por perdida. Sabe que jamás podría pagarte un sueldo increíble del uno al cinco de cada mes, ni proveerte de semejante seguro médico. Es mejor así: vos acá, ellos allá, en el pueblo. Total si alguno te clava los dientes en ese cuellito cubierto por pañuelos de seda carísimos, ellos van a estar esperándote, siempre, con las milanesas con mucho ajo y perejil que tanto te gustan. ¿Hace cuanto que no comés milanesas? Dejá, no lo pienses, no podés ir con aliento a ajo a la despedida de Graciela, que empezó de jovencita, como vos y hoy se jubila después de cuarenta y cuatro años, ¡cuarenta y cuatro años! Si tu abuela estuviera viva le jugaría al cuarenta y cuatro y te explicaría que el cuarenta y cuatro es la cárcel, chiquita.


 
 
 

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