Hoy desperté en la casa de vacaciones y no había gas
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Hoy desperté en la casa de vacaciones y no había gas. Me costó entenderlo, insistí, como si de golpe yo fuera capaz de provocar el fuego de una hornalla. La tragedia no tardó en hacérseme notar: nunca más en toda mi vida voy a tener gas. Se van a pudrir las milanesas que compré. Ya no voy a poder desayunar mi mate. Seré una zombi por el resto de mi estadía. Es probable que salga a caminar por la playa solo para llorar y que la gente me vea. Nada podría ser peor que la somnolencia en tierra ajena. Crucé la calle y le pedí al almacenero un poco de agua caliente. En cinco minutos llenó mi termo averiado con un litro de esperanza. Un litro es muy poco, pensé, pero después de un par de amargos me sentí notablemente mejor. Ya podía respirar y mantener los ojos abiertos, pero aun temía por mis hijas y su alimentación, por nuestro futuro, por el de la humanidad.
Un hombre se apareció en el jardín. Llevaba botellas en la mano y caminaba como si fuera su casa. ¿Será que vive con nosotras y lo olvidé como olvido las llaves, el celular, los nombres? ¿Debería llamarlo de algún modo, decirle amigo, hermano, mi amor? Con temor a desmoronar alguna cosa importante, le deseé un buen día. Él se disculpó, se presentó, y me tranquilizó diciendo que solo era un vecino que creyó que no había nadie y entonces… Lo interrumpí para contarle sobre mi nuevo vacío, le hablé de mis hijas y de la lluvia que pronto iba a dejarme aun más aislada y sola. No te preocupes, dijo. ¡Cómo si fuera tan fácil! Sacó un teléfono y pidió una garrafa, dio la dirección, se despidió, y se fue. ¿Puede ser que algo resulte tan sencillo? Cada vez sentía más temor, no hay nada que me intranquilice más que la sencillez. Al rato, efectivamente, un hombre vestido de overol rojo aplaudió desde la entrada, colocó la garrafa, cobró, y se fue. Se largó a llover.
Dejé que el agua mojara mi hermosa vida que, temporaria o no, me hacía sentir nueva, despojada, con esperanzas. Saludé al cielo agradeciendo con bailecitos hasta mi próxima pérdida, y corrí desesperada por abrazar a mis nenas.
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