Las rosas
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Ellas, las rosas, están como yo. No terminan de salir, preguntándose de qué puede servirles dejar de ser capullo, mostrarse abiertas, desnudas, reinas de reinas entre todas las flores, con su impronta cursi y romántica, cuando el resguardo es un lugar tan cómodo e inaccesible al que nadie puede entrar, del que nadie puede decir que si rojo que si blanco que si lindo o ay qué feo. Ellas, las rosas, amparadas en un espacio de una casa a la que llamo propia, habitando ese afuera contenido de nombre jardín, aun no salen, no pueden, acaso creyendo insuficientes sus pétalos y espinas. Vengan, les digo, háganse notar en este telúrico y limitado rincón hecho de pasto y hojas que por pereza y encantamiento otoñal nadie barre aunque para qué, pienso, y me desdigo cerrándolas, abruptas todas, mejor se quedan así, y las aprieto envidiosa en mi mano, mientras les ordeno que permanezcan como están, furiosa por saber que nunca voy a ser una de ellas.
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