Leo varios libros a la vez

Leo varios libros a la vez. Lloro y me río. Leo para resistirme a las sombras que viven detrás del sol de verano, ese que en un descuido te liquida dejándote con la piel encendida y la existencia más chamuscada que antes. Sé que en el bendito –y puto- balance que empuja el calendario es mucho lo que va a quedar afuera. También sé que ese afuera queda bastante lejos de mí y de este cuerpo que engordó por tanto brindar y que ahora se apoltrona con el absurdo y ambicioso objetivo de comprender los secretos que esconden los libros, esos que, en definitiva, nunca dejarán de ser secretos. Con el lápiz negro de punta afilada que aparece y desaparece, marco palabras hermosas: pedúnculo, insumisión, nenúfares. Después las escribo en mi cuaderno con mi mejor caligrafía confiando en que a ellas las conmueve dicha gentileza. Lo hago para conquistarlas, con la ilusión de que alguna vez sean tan mías que no tenga que buscarlas en ningún libro ajeno, que me aparezcan solas, encastrando en esas líneas que voy a escribir siendo otra mujer, una menos triste, un poco más apalabrada y siempre agradecida.