Lo que suena de fondo son las voces de dos nenas que pelean y pelean
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Lo que suena de fondo son las voces de dos nenas que pelean y pelean. Se le hace urgente cambiar el audio por algo de música. La de los tiempos pasados hoy no le viene bien así que prueba con un cantante algo entrado en años al que le gusta imaginar desnudo. Con esa imagen hace las camas. Para el momento de colgar la ropa elije un recuerdo de cuando era chica y armaba instalaciones con broches y colgaba muñecas, fotos, gomitas de pelo. Barre las hojas del jardín cantando un temita bien zurdo, uno que la lleva al momento en el que entendió que con su papá iba a ser imposible un acuerdo. Los hongos de la alfombra de goma los quita con saña y un viejo cepillo de dientes que la lleva a una culpa: hace un siglo que no va al dentista. Siente la inminente necesidad de enlistar, eso suele consolarla, más hoy no funciona. Ahora que se puso en modo limpieza detecta pelusas por todos lados, y pelos, y migas, y arañas. Estas últimas son chiquitas y parecen decididas a vivir ahí, a fundar en cada rincón sus hogares, a tejerlos serenamente y dentro de ellos resistir las lluvias y demás adversidades. La contemplación de las telas de araña, desde siempre, es uno de sus vicios, uno de los pocos que no lastiman el hígado o provocan tos. Mirarlas en su labor la lleva a pensar en su propia tela, en la que limpia hace horas, esa que ahora mira a través del entramado inmejorable que formó la araña de patas rayadas blancas y negras, de cuerpo rojo, sutil. Decide hacerse un traje exacto, igual, con el que sea más sencillo todo, desde amar libremente hasta treparse sin riesgo al banquito que se tambalea, para quitar del techo esos residuos más lejanos que no admiten ni música, ni recuerdos, ni esas peligrosas fantasías con hombres que la doblan en edad con las que cualquier analista medio pelo se haría un aperitivo decorado con dos sombrillitas. Ahora todo decanta: ese sonido no pertenece a dos voces infantiles sino al castañeo de los dientes de algunos de los roedores más temibles. La música del pasado no es otra cosa más que la desdicha que susurran los muertos cuando ven que los vivos se lamentan de sus existencias; ¡ay si supieran, infelices, lo que es no existir! Los hongos son su spa, en ellos puede bañarse y contraer todo tipo de pestes para que después tenga sentido y se magnifique el placer de sentir las cerdas torcidas y duras del cepillo roñoso que escarba la escarcha de su existencia. Ahora que es diminuta y sabe tejer, no necesita ir al dentista ni pedir silencio para ponerse a escribir. Ahora ya no quiere estar flaca ni bronceada, ni sabe qué es eso de criar gente chiquita o atravesar el proceso de escritura de una novela. Pero, extrañamente, lo que más liberador se le hace, es pensar que ya nadie, nunca más, va a burlarse de ella porque su apellido rima con araña.
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