Lost Boys

Estamos con mis dos hermanos en la habitación de mis viejos. Mi hermano más grande pone el VHS que alquilamos hace un rato en el video club de Marcelo. Empieza una película que intuyo va a aburrirme como casi todas las que alquila mi hermano. El menor empieza a mariconear así que lo echamos, Si te vas a portar como un cagón te vas, le digo abusando de que siento, acaso por primera vez, una nueva fascinación por lo que estoy viendo. Esta no es como las martes trece, decimos, y hasta hablamos de otras pelis que nos gustaron sin pelear. Me dan ganas de abrazarlo pero sé que rompería el hechizo así que me contengo. Todavía soy chica pero ya sé que con los varones funciona así. Se va haciendo de noche y nosotros no podemos creer que el novio de la mamá es también uno de los vampiros, que es el jefe de la banda. Mi hermano se vuelve loco con la minita, lo sé aunque no me lo diga, los dos nos sentimos raros, él, como es más grande, ya sabe de qué se trata. Yo no, pero por algo muy bueno esos vampiros me provocan muchas sensaciones, pero ninguna se parece al miedo. Cada vez que se miran a los ojos yo pienso que me están mirando a mí y una cosquilla permanente me cubre la piel bronceada. Llega mi papá, nos dice que apaguemos, que vayamos a comer, que basta de películas por hoy. No lo convencemos nunca con ningún argumento, ni siquiera de vacaciones, él es el jefe de nuestra banda. Horas más tarde mi hermano se aparece como una sombra en mi cuarto con el pasa-cassette y por primera vez tiene un gesto de caballero conmigo: me pone los auriculares en las orejas. Escucho People Strange, de The Doors mientras él me señala, canchero, una revista donde está la foto del hombre más hermoso que vi en mi vida: Morrison. Abro la boca y los ojos todo lo que puedo y antes de caer desmayada mi hermano me corre los auriculares y me dice “está muerto”. Recién ahí sentí miedo, pero mucho miedo.