Lupa
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Al alcance de mi mano tengo una lupa que se promete mágica: Conmigo podrás verlo todo, dice. ¿Quiero verlo “todo”? Dale, agarrame, no seas maricona. La miro, no la agarro. Dale, mujer, mantequita, gallina, cobarde. La agarro. Instintivamente la apoyo sobre mi pecho. Sale de ahí una ráfaga de color violeta, rodeada de luz por momentos sombría, por momentos estridente. Una vez que me acostumbro a la luz distingo a una nena que ríe con lágrimas abrazada a sus rodillas, y que en medio de su expresión hace un gesto que perdí, que supe hacer de chica, hace años, un gesto que ya no me sale pese a mis tesoneras prácticas frente al espejo. ¿Qué hace ahí? Frunzo la nariz, estiro el labio de abajo, y meto la mano donde me gusta. Ahora apoyo la lupa en mi frente. Mi tercer ojo está ahí, es redondo, saltón, tiene la pupila dilatada, es hermoso. Mi tercer ojo parece ver más que la lupa. ¿Hay algo más allá del todo? Veo el amor que siento hoy, el deseo de dormir, la necesidad de silenciar, la ansiedad de tener, la costumbre de llorar y reír a los gritos. Salen chispas de mi frente, fantaseo con la idea de morir quemada pero no muero, ni siquiera me quemo. Me lleno de calor, la lupa y mi tercer ojo se odian y se aman y entonces explotan. Chispazos en mi cara, luces, y detrás esa nena que ahora corre no muy rápido ni muy bien, pero que se va. Me dejo caer en el piso para decirlo: Pude verlo todo. Todo.
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