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Madre Uno, Madre Dos

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 5 Min. de lectura

Conversación de dos madres en la puerta de un instituto de tipo artístico. Mes de diciembre, agotamiento generalizado, nivel de todo: menos mil. Madre Uno: profesional de la salud con ambo blanco inmaculado pese a que trabajó el día entero, peinada de peluquería, zapatos dorados, aros no colgantes, discretos y carísimos. Madre Dos: literata, de remera rayada con un agujero que todavía no vio en la axila derecha, despeinada, con un aro diferente de cada lado comprados hace por lo menos tres años en un Todo Moda – ella sabe que están ya lo suficientemente oxidados como para tirarlos, pero con la promesa-cantito de que cuando tenga tiempo los va a pintar, no lo hace -.

Madre Uno: -… Ay sí, pobrecitos, están tan cansados… Ya no dan más, entre los exámenes, los partidos, y la preparación de esta muestra…

Madre Dos: - Pero no da ni un poco, no pueden sentirse exigidos a los cuatro, cinco, ocho años…

Madre Uno: - Si, me cuenta la señora que a la mañana ya se levantan llorando, que no dan más.

Madre Dos: - ¿No los levantás vos?

Madre Uno: - Casi nunca, llego a despedirlos nomás porque si no, no llego yo para salir a horario. Y ayer, mi hija mayor, me hizo un escándalo terrible porque no la dejé ir a jugar a lo de su mejor amiga, iban cuatro nenas, pobre, me partió el alma, pero ella tenía un ensayo y faltar a esta altura es la muerte.

Madre Dos: - La muerte es otra cosa que a los ocho años ni siquiera se contempla, ¿no te parece?.

Madre Uno: - No, ojo, mi nena ya tiene nueve, y yo quiero inculcarle el sentido de la responsabilidad desde ahora. A ella se le pregunta a principio de año si está dispuesta a sostener todas las actividades que nos pide, es un compromiso de partes, entre ella y nosotros, sus padres.

Madre Dos: - ¿Se lo hacés firmar también?, ¿frente a escribano público o así nomás, de entre casa?

Madre Uno, con cara de no captar si la broma es pura ironía o es una pregunta en serio dice “Me hacés reír”. Es de esas mujeres que no se ríen, que dicen que algo es gracioso, o que las hace reír, pero que no se ríen.

Madre Dos la mira y piensa, luego suspira profundo, cierra los ojos, y al final escupe unas palabras con tristeza – Lo más feo es que en la vorágine en la que vivimos se termina perdiendo de vista que son nenes, chiquitos, cuya única responsabilidad, si es que esa palabra tan de adultos viene a cuento, es divertirse, crecer, jugar, que para mí, es la manera más genuina y válida, acaso la única, de aprender, desde las tablas hasta los valores humanos. Se les disipa la energía, y no pueden contactar con lo que realmente pasa, con la felicidad de las cosas, con su simpleza.

Madre Uno, habiendo comprendido que esa sucia hippona que se tiró un poco de perfume barato antes de salir efectivamente la bardea mientras habla, pregunta desde un gesto que combina a la perfección el cinismo con la simpatía, a qué colegio van sus hijas.

Madre Dos, todavía anonadada por el gesto perfecto que logró Madre Uno, consciente de que ella en sus cinco años de teatro jamás alcanzó perfección semejante, y sabiendo también que la pregunta es la mejor que pudo haber elegido Madre Uno entre todas las preguntas del mundo, contesta haciendo un gesto espantoso, que no se entiende bien, y que la hace parecer todavía más despeinada, más vieja, el nombre de la escuela de sus hijas. Un nombre que describe un lugar tan despeinado como ella, y que tiene implícitamente metidas las palabras huerta, lanas, pastas, media jornada, mamás con aliento a mate, muñecos de trapo, ángeles, pan casero, maestras con polleras anchas y floreadas, maestros suavecitos, jardín, padres que no siempre huelen bien, ropa de colores, juguetes de madera, cuentos, hadas, aportes, circo, casita, familias.

Madre Dos: - ¿Y los tuyos, a qué colegio van?

Y Madre Uno dice un nombre que incluye las palabras exámenes, competencias, concert, cuotas, maestras de polleras lisas por debajo de las rodillas, maestros muy deportistas, informes, uniformes, conducta, comedor, micro, infraestructura, kínder, formación académica, convenios internacionales, juguetes electrónicos, padres que huelen a perfumes importados, alto nivel académico, bachillerato internacional, comunidad educativa, secretaría, excelencia.

Se miran a los ojos, Madre Uno acomodándose el brushing, Madre Dos sabiendo que hoy sus pocas pero muy caprichosas canas están más paradas que nunca. Se miran a los ojos ignorando que están pensando lo mismo: que nunca podrían ser amigas, que no tienen nada en común, que hay algo de la otra que las incomoda. Piensan exactamente lo mismo, incluso a la misma velocidad, y en medio a las dos se les filtra una pregunta doméstica sobre la comida. Es increíble, estadísticamente improbable, pero está ocurriendo. Tampoco saben, ni sabrán, que si hubiera un medidor de sensación de orgullo despertado por los hijos, estarían empatadas. Pero no existe dicho medidor, y aunque existiera ellas negarían tener tanto en común. Madre Uno lo negaría a Muerte. Madre Dos solo movería la cabeza hacia los costados con los ojos exageradamente cerrados.

Aparecen las nenas, cansadas pero contentas, gritando una canción de María Elena Walsh, abrazadas.

Nena Uno : - Má, ¿puede venir ella a jugar a casa? Por fi, plischu, dale.

Nena Dos: - Si, por favor, dale, má ¿me dejás? Te juro que a la noche termino la tarea.

Madre Uno mira a Nena Dos y la imagina sentada en el piso de una peatonal, de piernas cruzadas, con pelo rapado y dos aros en la nariz, vendiendo artesanías hechas con parsec, esos duendes horribles y narigones o esos porta sahumerios en forma de pequeños soretitos.

Madre Dos mira a Nena Uno y la imagina terminando con el mejor promedio un máster de derecho en Cambridge, ya pronta a casarse vestida de merengue y recibiendo, entre lágrimas, los aros discretos y carísimos que hoy, sí hoy, tiene puestos su mamá.

Madre Dos: - Yo no tengo problema y si querés venite vos también, compramos no sé, unas medialunas si les gustan, y en casa hay fruta, ¿se copan?

Madre Uno dice que no, que otro día, y le hace el gesto de Chito la boca a su hija que se queja por la negativa. Las madres se despiden sin besarse. Madre Uno se sube a la camioneta pensando que desde hoy va a impartir en su casa la orden de empezar a comprar fruta. Madre Dos se mira en el espejito retrovisor del auto a carbón que maneja y promete en voz alta, como si estuviera jurando fidelidad a la patria, que hoy mismo va a comprarse un cepillo de pelo como la gente.

Maca

6-12-13


 
 
 

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