Me puse al azar una crema nueva
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Me puse al azar una crema nueva, una de las tantas que compro compulsivamente. Necesito ir cambiando de olores, por eso me perfumo y me unto con cremas y aceites. Por eso también los sahumerios y por eso, al fin del día, ya no sé a qué huelo y a veces ya casi que no sé quién soy. Recién me encontré con un olor familiar en la palma de mi mano, familiar de familia, un aroma que me remitía a un vínculo sanguíneo. Pero no se trataba de sangre, sino de leche: era el olor a la piel de mi hija menor cuando tomaba la teta. El olor que vivía en su piel, que se acumulaba en su cabeza entre los pelos y en esos pliegues que por entonces eran tantos: muñecas, tobillos, cuello. Ay, dios mío ese cuello. Sentí el olor a ella y a mí, al abrazo de dar la teta y quedarnos dormidas, satisfechas. El olor de ese amor hipnótico de ese momento que… Que ya se mezcló con otros olores de papeles, tintas, de algo metálico y plástico a la vez, un árbol, el frío, la llama azul de la hornalla, las galletitas de vainilla. Para mí, el aroma de los buenos recuerdos es análogo a la felicidad: una vez que te sacude como ninguna otra cosa, desaparece como si nunca hubiera existido.
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