Miro cómo mis hijas duermen con la boca abierta
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Miro cómo mis hijas duermen con la boca abierta, el mentón hacia arriba; advierto en sus ojos una hendijita leve, atenta. Mientras remoloneo recuerdo por todo lo que pelearon antes de quedarse dormidas. El lado de la canilla, el lado de la cama, el queso de los ravioles. Ya acostadas, la más chiquita lloró anticipándose a que al despertar no iba a verme. La más grande lloró por el final de la novela recién leída. Yo, para dar el ejemplo, apenas si re-saboreé lágrimas añejas de gusto rancio, en las que detecté 1 ml de miedo, dos muy concentrados de injusticia, y como cinco de duda en estado de descomposición. Es que somos tres mujeres dramáticas que necesitamos darnos la mano, llorar los días, hablar de la posibilidad de quedarnos encerradas, perder las llaves, dormirnos durante meses, que se nos corte la luz, que se nos inunde la casa aunque no llueva, que ya nadie venga jamás a buscarnos, que no nos alcance para comer, que nos olvidemos los nombres de los que amamos, que perdamos la belleza, que nos quedemos solas, apocalípticas, feroces. Pero llega el sábado, el mate, una clase, una lectura, las tostadas con manteca y los abrazos de despedida en los que no escatimamos en apretarnos hasta la asfixia y confesarnos un amor infinito, que ni la muerte podrá separar, para que todo vuelva a hacernos sentir a salvo, en peligro, varadas, enamoradas, unidas, cíclicas.
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