Para Elcira
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 1 Min. de lectura
Hace un rato, al igual que ayer, no me llamaste. Hice compras y a cada rato pensaba que me había olvidado de llevarte pollo, o plata o fruta. Ya no hace falta, me recordaba en voz alta, también quería decírselo a la gente pero nadie me cae bien en estos días. Compré papas, cebolla, mandarinas sin gusto, lo de siempre. Entré a casa, calenté agua para el mate pero al final me abrí un vino. Pelé la primera papa: estaba podrida. Su color gris verdoso no era menos desagradable que su olor. Me dieron arcadas, escupí el vino, me puse a llorar. No quiero cocinar, no quiero comer, quiero dormir. Pero las hijas, pero la cena, pero el colegio, la casa, la verdura. Por qué nunca hay tiempo para hacer los duelos, abrazarse al dolor y a su belleza y dejar que estos párpados que se caen un poco más cada día por fin me tapen la cara entera. Una papa podrida también es la muerte, digo, te digo. Tendría que haber salido pero no pude. También tendría que leer, ordenar, no presionarme, colgar la ropa. Me siento en el piso y miro el teléfono. Es así: nadie nunca me va a romper tan bien las pelotas como vos.
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