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Pienso en el 25 de diciembre

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 4 Min. de lectura

Pienso en el 25 de diciembre, este año desde las sierras, mi indudable lugar en el mundo. Pienso en las historias que les cuento a mis hijas cada año, en las pequeñas variaciones, en sus caritas, en todo lo que me permito inventar. Arranco: el 25 de diciembre nació un bebé al que llamaron Jesús. No sé por qué algunos le dicen Jesucristo o Cristo, como tampoco sé qué relación tiene esta historia con Papá Noel. No tuve la suerte de aprender jugando en la escuela, a mí me enseñaron todo de memoria y bien se sabe que así como se fija, un día se va, más por venganza que por tesón, supongo. O al revés. Cierto es que podría leer algo de teología o volver a repasar la historia de Papá Noel, Coca Cola y todas esas marcas, pero no es el caso. Porque lo que me gusta de las historias ya contadas son las partes que recuerdo, que rara vez son las mismas. Porque lo que me gusta de las historias ya contadas son las partes que no recuerdo, e invento, que nunca-nunca son las mismas. Y he aquí parte de lo mágico. Y sigo: a mí me gusta pensar en un día cualquiera en el que, hace muchos años, nació un bebé al que llamaron Jesús y conmovió a mucha gente porque se decía que era un enviado divino, nada menos que el hijo de Dios. María y José, sus padres, dos buenas gentes, recibieron visitas y felicitaciones por varios días, por lo menos diez. Ese bebé se crió en un pueblo en el que hizo de todo un poco: jugar a la bolita, espiar los bichos de debajo de las piedras, comerse los mocos. Pero cuando creció y se hizo hombrecito, o muchacho como decía mi abuela Emilia, se copó en transmitir un par de conceptos sobre la bondad. Alguna gente lo defendió, a otros les pareció chamuyo, a unos cuantos les dio bronca y se ensañaron con él al punto de torturarlo. Pero el pibe – perdón, muchacho – parece que no mentía con eso de ser el hijo de Dios. Y ustedes vieron – les digo con tonito de maestra ciruela – que cuando alguien tiene la razón no le hace falta levantar la voz, ni gritar ni mucho menos violentarse. No. Solo basta con esperar un poco, con dejar que pase el tiempo y las cosas caigan por su propio peso. Jesús esperó tres días, y cuando unas adorables mujercitas lo fueron a visitar, el tipo se las había tomado. Pero si estaba muerto, crucificado, hecho pelota. Sí, pero se las tomó. Parece que le dio una mano el viejo, dijeron por ahí.

Y después viene la parte dos, Las aventuras de Jesús el resucitado, que es mi parte favorita, repleta de escenas de ciencia ficción y surrealismo, pero ahora me voy a dormir porque mañana es fiesta y pasado también. Las nenas se quejan, ellas siempre quieren más y más historias. Entonces sigo un rato hasta que me preguntan si Jesús es de verdad. Ay esa pregunta, la verdad, lo que existe, lo que no. Qué tema… No quiero que dejen de sentir la magia ni que pierdan la inocencia, pero tampoco yo sé tanto como para… Miren, les digo, a mí Jesús me gusta, me cae bien, y de hecho es uno de mis personajes favoritos, junto a Gregorio Samsa, Oscar Wilde, Gandhi, Silvina Ocampo y mi abuelo Pepe. Ellas se ríen, y yo también. Los personajes son de uno y uno los quiere y entonces, oh milagro, ellos existen, existieron y existirán. Entonces, mis amores, a mí me gusta pensar que cada 25 de diciembre lo que celebramos es el nacimiento de un bebé que cuando se hizo hombre dijo algunas cosas que está bueno pensar y tener en cuenta cada tanto. Palabras y conceptos que, más allá de la religión o la iglesia, vienen bien y hacen bien. Porque, les digo y les recontradigo, Jesús no es la iglesia y la navidad no es Coca Cola. Para mí es una fiesta en la que les cuento cuentos a mis hijas y a todos los que me leen. Cuentos como este y como otros de la familia, anécdotas de otras navidades, esas grandes excusas para comer como chanchos y beber espumantes.

Y cuando las nenas, mis hijas, reciben regalos, yo siento que es justo y necesario agasajar a los niños, a esos que, como ese tal Jesús, vinieron a enseñarnos tanto, sobre todo que la felicidad es esa pelota de trapo y también la súper muñeca y el estar juntos, comiendo algo rico, riéndonos de nosotros mismos.

Y tras un rato de silencio, cuando Ángela le pregunta a Violeta a quién quiere más, si a Dios o a Papá Noel yo pienso que puede ser un mérito haberles transmitido semejante confusión, porque de esas mezclas nace el pensamiento propio, la posibilidad de creer y descreer, la fe única e irrepetible de cada uno. Uniendo esos pedazos de historia se arman otras, en las que Jesús, ponele, puede ser el hijo del verdulero que a los 33 años se hizo ninja y se dedicó a dar cursos de wanchanquein. Y ojo, no descartemos la edición de Elije tu propia aventura judeo-cristiana, eh. En fin, creo que una vez más ya he bebido lo suficiente. Les mando deseos de salud y felicidad, y brindo por un 2014 de muchas muchas muchas historias geniales. Maca


 
 
 

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