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Plaza Miserere

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Plaza Miserere está llena de personas y de objetos sonoros. No, no es un lugar en el que disfrute estar. El espacio para pasar entre los puestos es demasiado angosto. No me gusta cuando la gente es tanta y apretada. Apuro el paso y, torpe, me tuerzo un pie. Puta madre, digo. Una señora con pocos dientes me sonríe y dictamina: “Esguince”. Hago cuernitos con la mano que tengo adentro del bolsillo y le digo “Dios no lo permita”. Ya estoy grande, digo ese tipo de frases. Lo de los cuernitos es un acto reflejo que tengo desde siempre, que se me dispara cuando me miran mucho o me miran mal o me dicen algo que no me gusta. Me trepo a un colectivo, ya no quiero caminar más, en total llevo como cincuenta cuadras. Me sorprende el lugar vacío habiendo tanta gente parada, pero me siento porque mi pie empieza a molestar. A mi lado va sentada una señora muy maquillada, de pelo grasoso, que habla sola y que lleva unos bolsos de los que sale un olor podrido, como a animal muerto y ropa sucia. He ahí la razón del asiento libre. Pero no todo es tan malo, porque el olor a infierno nos une a los pasajeros en miradas cómplices que incluyen movimientos de nariz. Yo hago uno que no sale a nadie, para hacerme la simpática se lo dedico a una nena pero la muy maricona se pones a llorar. Pero qué olor a muerto y qué dolor de pie. Me pregunto si se puede ignorar el dolor. Ojalá bastara con un gesto para compartir la duda con mis compañeros pasajeros. Ignorar, hacer de cuenta que no está, que no se siente, que no molesta… tanto. ¿Lograr ignorarlo es equivalente a dejar de sentirlo? Pretendo que el olor me sirva de ejemplo análogo: de a ratos, cuando se abren las puertas, algo de él se va y todos volvemos a disfrutar del resto de los olores viciados que, en contraste con el del bolso de la señora, no tienen ni con qué empezar. Me paro y siento el tirón cuando las puertas por fin se abren para mí y una ráfaga de aire urbano cargado de nafta, bocinas y mundo, me cachetea. Me bajo, me duele, me tomo otro colectivo, me duele, y el tren, me duele, llego casa, ay ay ay. ¿Se puede ignorar el dolor? El dolor es libre, el dolor es libre, repito sin saber muy bien por qué lo hago, es un acto reflejo, como el de los cuernitos. Me sirve para distraerme de lo mucho que me duele todo lo que pasa alrededor de ese pie que no me duele no me duele no me duele.


 
 
 

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