Plomero
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Hace unas semanas el plomero me estafó con dos mil quinientos pesos, después me bloqueó del whatsapp y lo peor del caso es que me dejó sin lavarropas. ¿Qué represalia podía cobrarse una mujer sola? Ninguna. El albañil hace un mes que me dice que va a venir y no viene, pero que por favor lo espere, que necesita el trabajo. Tengo goteras en un cuarto, dos persianas rotas, un techo que pintar. El dinero sale de ahorros, lo que gano no me alcanza para darme gustos tan burgueses. Esta mañana empezaba, bajo promesa, a reparar alguno de los tantos problemas. Hace un rato, al igual que el domingo, el lunes, el martes, me escribió diciéndome que viene mañana, porque está por llover. Le dije que lo dejemos así, que ya no venga, que entiendo que no quiere hacer el trabajo. Me escribe que sí quiere, y que lo necesita. No le contesto y al rato agrega: mañana a las nueve estoy en su casa señora, confíe en mí. Y yo me quedo pensando en la palabra confianza, esa tan enorme, me la paseo por la boca como si fuera un caramelo redondo con sabor a utopía. No sé si es ácida o qué pero me provoca ganas de llorar, me hace picar la lengua y sentir un miedo chiquito pero intenso. También pienso en la palabra maltrato, que no distingue oficios ni necesidades. Y ya engolosinada juego a armar y desarmar oraciones con las palabras señora, confianza, maltrato, mujer, sola, goteras, ahorros. Escupo sobre las páginas más tachadas que escritas con la ilusión de transformarles el gusto, pero no hay caso. Hoy la poesía también se ha tomado el día, acaso porque está por llover.
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