Qué bueno es llorar a veces
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Qué bueno es llorar a veces. Ayer llore mucho, con congoja, pecho afuera pecho adentro. La policía me paró y yo andaba sin registro. (Regalo con moñito las interpretaciones) El dinero ganado en el día de trabajo se convirtió en multa. El cana tenía razón, hasta fue amable, y tal vez por eso logró abrirme la ventanita del lloror. No podía parar los hipidos, me miraba al espejo, me veía roja, incandescente, con los ojos más verdes que nunca, y lloraba más y más, por mi fealdad, por mi belleza, por la justicia, por la burocracia. El dolor me pone abarcativa, absurda. Una vez en mi casa me calmé, mates y baño mediante. A la noche salí, escuche música, fui feliz, pero algo de a ratos me avisaba, a veces con un pinchazo en el entrecejo, a veces con una guadaña en la nuca, que me estaba esperando, acechante, que pronto volveríamos a reunirnos. Como no podía ser de otro modo hace un rato que estoy llorando sin parar. Preparo las clases llorando, caen dentro del café las lágrimas saladas, la tinta de mi lapicera se corre sobre el papel mojado. Pero necesito llorar. Dentro de mí, los dolores, saltan juegan y gritan, se divierten o al menos son eufóricos. Los respeto hasta que me duele la cara y les anuncio, dramatiquísima, que no-puedo-más. Ellos, como por arte de magia, se apuran en hacerme ver un power point en el que se pueden apreciar setecientas mi cuatrocientas imágenes de mí diciendo “no puedo más”. La primera es del año 1979, y se entiende clarísimo pese al chupete. Cuando me arrodillo para pedirles que se callen, que me dejen tranquila, ellos chapotean en mis ojeras. Cuando me muevo gelatinosa arrastrando los pies, me recuerdan sus nombres, sus antecedentes, sus prontuarios. La solución no entra ni pañuelos ni en pensamientos positivos, ni siquiera en chocolates o abrazos y mucho menos en intercambios de corazones y manitos rezadoras de Whatsapp. No. La solución no entra, esta vez, en ningún lado. Solo sale, necesita salir, chorrear algunos párrafos mal escritos, escupir a los parientes ingratos, salpicar en los ojos a las mascotas, en fin, dejar que drene la fatal vigencia de las incertidumbres que me vienen haciendo de vehículo sin registro. Así que nosotros, mis dolores y yo -que sigo llorando- también nos vamos, salimos, desbordamos, para emprender la búsqueda de nuevos y modernos modos de sufrir en primavera. No puedo más.
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