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Siete de la mañana

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Siete de la mañana: otra vez voy a hacer el trámite por el documento de mi hija que tiene un error de un número, solo uno, que tiene el poder de cambiarlo todo. Me voy en mi autito, cantando a los gritos El arriero, pensando en que pronto voy a poder descansar, que me voy a ir de vacaciones con mis hijas, porque trabajé todo el año, porque las recompensas tienen olor a pasto recién cortado y sonido de grillos a la noche. Un señor me mira atento mientras estaciono, rumeo entre los ya mil grados de calor: seguro cree que le voy a tocar el auto porque el muy machista piensa que las mujeres solo servimos para estar en la casa y… Se le rompió una correa, señorita, hágala ver, usted no le escucha pero de afuera el ruido es terrible. Le deseo buen día por lo menos diez veces. (Él nunca va a saber que ese exceso de cortesía camufla mis prejuicios) En el registro civil ya me conocen porque es la quinta vez que vengo. Buen día, Macarena, ya parece que estamos cerca de solucionar el problema, ahora el acta solo debe viajar a La Plata y volver corregida. ¡Genial! ¿Cuánto tarda?, seis meses. (Él nunca va a saber que en esa respuesta se fue la esperanza de viajar a Uruguay, de que mis hijas salgan por primera vez de Argentina, que nos tomemos un barco y terminemos en una casa de playa, austera y marítima, como nuestros sueños) Seis meses… Por suerte el mecánico me dice que va a tardar menos: ”En dos días te cambio todo, linda, es el compresor” Sonrío con exageración y le pregunto cuánto sale. Diez mil pesos, y si se te llenó de mercurio, que es lo más probable, calculale tres mil más. No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar. Apenas si se acaban de llevar mis vacaciones y el aire acondicionado de un auto viejo que me cuesta una fortuna mantener. Camino como una zombi, ya no siento el calor. Fantaseo con comerme el cerebro crudo de algún bebé, los imagino más tiernos y menos acomplejados pero finalmente me decido por unos sanguchitos de jamón y queso que degluto sentada en las aspas de mi ventilador marrón, conversando con los bichos que hace un par de veranos viven ahí. De acá no nos saca nadie, me dicen, ya enterados del cambio de gobierno. No se preocupen, les digo, que la resistencia la hacemos entre todos.


 
 
 

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