Tengo una cara que podría ilustrar una nota del tipo “Mirá cómo son los verdaderos rostros de los fa
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Tengo una cara que podría ilustrar una nota del tipo “Mirá cómo son los verdaderos rostros de los famosos sin maquillaje”. Pero no soy famosa y por nada del mundo – por nada, por ninguna cosa – mostraría esta cara. Lavé mucha ropa aprovechando que salió el sol, leí un mail lleno de halagos mal traducidos que al final era un spam, y me enteré que hablaron de mi libro en una radio muy importante, no sé quién habló ni qué dijo, pero me sentí un poco más famosa y eso colaboró a que me olvide del tema de mi cara, pero no por mucho tiempo porque al rato ya estaba mirándome otra vez en el espejo del baño que hace defecto porque le entró humedad, y dije en voz alta que esa deformidad de mi cabeza era por culpa del espejo y no por mi propia naturaleza. Sin aguantar ni un segundo, me tiré en la cama y lloré porque soy un ser despreciable que le echa la culpa de sus defectos no solo a las personas sino también a los objetos, y aunque eso lo haga mucha gente yo nunca lo quise para mí, es decir, nunca quise ser como la gente, como esos que dicen pavadas y las escriben porque total no se les ven las caras y se aprovechan y largan “ah, ah, ahora vas a ver que ese que vos que pensás tan buenito en realidad era amigo de aquel hijo de puta” Y ahí nomas te pelan una foto “polémica” de ese que “suponen” vos “defenderías” como si” fuese vos mismo” sin saber que “vos” “hace rato” “te corriste” de “ese lugar” porque “ahí” había un enano que te molestaba con el chiste de el aire es libre, el aire es libre. Ay. Qué agotadora es la gente.
Pero por suerte yo ya había dejado de llorar aunque la imagen del moco viscoso en la almohada me resultaba muy sensual, sobre todo por la promesa del endurecimiento. Me vino bien esa idea y enseguida se me convirtió en obsesión y a cada rato iba a ver si ya se había secado, hasta que me olvidé y me puse a desear, una vez más, ser famosa. Y entonces volví al espejo y me miré y descubrí, además de unos pelos muy extremos en el entrecejo, que la fama ya estaba en mi cabeza, por eso la forma horrible y mis ojos rojos y mis labios achurrascados. ¡Si hasta me salía humo! El olor a quemado, caprichoso como ningún otro olor, hizo que me acordara de un objeto que iban a mandarme y fui feliz porque entendí que ese objeto nunca iba a llegarme, porque hay gente que construye su importancia haciendo esperar a otra gente y esa gente es la que más famosa quiere ser, pero siempre hace todo para disimularlo, todo como por ejemplo reírse hasta de lo que aman. Ay, fue un gran alivio llegar a esa conclusión porque sentí un asco renovado por la gente en general y pude sentirme, por fin, muy especial y diferente. Juré que ya no lloraría y me senté a escribir y escribir hasta que me acordé del moco y me fui a fijar si ya estaba duro.
Comments