Tesoros
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Lo primero que encontré fueron los anteojos negros que se incrustaron en mis ojos. Desde entonces la vida se hizo más nítida y la muerte, una compañía. Me zambullí en los zapatos, me hice alta, y entonces me animé y me probé la enagua de lunares. Nadie se va a dar cuenta que es ropa interior, dije, y bajé al kiosco con la enagua y los zapatos marrones y los anteojos. Les hice un favor a las personas porque tuvieron que olvidarse del calor para reírse de mí. También ayudó el ruido de mi collar de piedras turquesas, de vidrio, medio vulgar si querés, por esa florcita rosada adentro que me volvió loca y que al verlo no pude aguantar la emoción y me lo colgué, pero algo me raspaba, un papel, ¿el precio?, no, una palabra: Maca. Ay, mi nombre. A veces el nombre es la única palabra posible. Renacieron mis ganas de seguir jugando. La loca de la enagua después se convirtió en la de las carteras chiquitas. En todas, sin excepción, había un pañuelo bordado y un peine, en algunas también un espejito que decía que la más bonita era otra. Para contradecirlo me puse un saquito negro que tenía pelos blancos insertos entre la lana. El pelo, el nombre, lo que se toca y lo que no. Leí cartas, diarios íntimos, y cuadernos que seguiré leyendo por siempre convertida en la culpa de la curiosidad. Pero qué puede ser más tentador que burlarse del tiempo y de la muerte y seguir conversando como lo hacíamos siempre, con palabras difíciles y canchereando si conocíamos alguna etimología. Les pedí que vinieran, a todos los que se fueron, mamá, Él, Ella... Puse la mesa más barroca: mantel bordado, copitas de cristal, esos floreros. Después les propuse que escribiésemos sobre los papeles de carta y esos sobres amarillos y perfectos, una nueva vida para mí. Las vidas entran en las casas, en los cuadernos y en cualquier servilleta. Ya que estábamos juntos miramos fotos. En la que soy bebé mi corte de pelo es hermoso. Dicen que los ojos son siempre del mismo tamaño pero en mi caso lo que siempre fue igual es la boca, tan enorme. La cara también es un nombre, sentencié, y ellos estuvieron de acuerdo. Estaban extraños pero lindos. Leímos cartas mías, las guardaban en la misma caja que mis cuentos, esas malas impresiones de computadora dedicadas como el más valioso de los libros. Les volví a agradecer, volvimos a brindar, me saqué la enagua, me miraron con atención el cuerpo desnudo, hacía rato que no veían a alguien así de vivo. Hace calor, expliqué, y ellos me contaron que ya no lo sentían, ni el calor, ni el frío, porque morir tiene eso de ya no padecer. Pero mi nueva suerte se sentía ya tan inmensa que no los envidié.
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