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Tres

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

La gente dice que el tres es un número desgraciado, que en lo que se suele llamar “parejas” basta con que aparezca un tercero para que todo se desequilibre.

Una vez, una vecina, tras mucha insistencia por parte de su compañero, aceptó incluir a una mujer en su cama para reavivar la llama del amor y estimular las fantasías, y tanto lo consiguió que ya nunca quiso volver a estar con una sola persona y desde entonces para ella el sexo tiene que incluir por lo menos dos amantes, uno arriba y uno abajo. Su “pareja” no pudo tolerarlo y la dejó. Desde entonces, y a diario, le manda un mensaje de una sola palabra: puta. Lo escribe en imprenta mayúscula. Qué trabajo el de sostener el rencor, no debe ser fácil, decimos cuando nos cansamos de hablar de nuestros hombres que no son tantos, apenas un puñado de desgraciaditos a los que insistimos educar porque tenemos problemas de estima, como todas las mujeres hermosas. Más lindas, más sufridas, esa es la ecuación. Nuestros problemas los matizamos comiendo helados, poniéndonos vestidos bellísimos, pintándonos los labios y depilándonos cavado profundo y tira de cola.

El último verano, desde un patrullero, tres policías nos dijeron un montón de palabras:

cómotocaríacincopibeslaconchitamiamormiráloquesosmamitadiosmíoquiéntecogehijadeputa

Esa misma tarde nos decidimos a hacer una canción usando todas esas palabras. Le pusimos de nombre “cinco pibes” y nos pareció que lo mejor era no incluir la palabra policía en un ninguna parte, porque de vez en cuando fingimos ser supersticiosas. La cantamos a capela, frente a la comisaría, vino mucha gente amiga, y algunos policías nos pidieron de sacarse fotos con nosotras y les dijimos que sí. En todas salimos haciéndoles cuernitos.

Cuando empezaron las clases, una tarde fuimos las tres a la casa de una compañera a hacer un trabajo práctico. Se nos fue la tarde por culpa de la poca practicidad de las cartulinas y los mapas. Pero el punto era que esa chica tenía un hermano que nos anduvo como perro rastrero todo el rato hasta que le preguntamos qué quería y ahí nos mostró, para simbolizar la entrepierna de las mujeres, que sabía poner cuatro dedos para formar un triángulo. Eso era todo, con eso lo contentamos tanto que antes de irse lo repitió metiendo la lengua adentro y moviéndola rápido, tal como no nos gusta que nos chupen. A veces, cuando comemos helado, nos acordamos de él y lo imitamos y nos salen risas de cacatúas.

Tiempo después, ese chico nos invitó a la casa y compró cervezas y recalentó pizzas. También había invitado a sus amigos, éramos tres y tres. Bailamos un rato y otro rato comimos. Cuando nos quisimos ir nos dimos cuenta que habían cerrado la puerta con llave. Nos amenazaron con dejarnos encerradas si no hacíamos lo que ellos querían. Lo hicimos. Al otro día fuimos a ver a nuestros amigos policías y les contamos todo. Los hicieron pasar tres noches encerrados, sin comida ni agua. A los pobrecitos tardaron en írseles los moretones, tanto que, como nos dio pena, les metimos unos hielos de regalo, en las mochilas, pero lamentablemente se derritieron.

Una vez dimos un taller que llamamos “putitas”. La gente confía mucho en los diminutivos. Vinieron treinta y tres mujeres. Hablamos de nuestros padres, nuestros ex novios y mucho sobre zapatos. Lo repetimos una vez al mes, nos va bien, no nos quejamos. Nuestras asistentes dicen que tenemos un nosequé, que sabemos coordinar a otras mujeres, que tenemos magia. Las palabras nosequé y magia nos hacen reír más que la cerveza. El mundo está lleno de impresiones que aún no tienen modo de ser dichas.

La gente dice que el tres es un número desgraciado. Acaso nosotras pensamos lo mismo, pero un día entendimos que ser así de lindas no iba a ser fácil, que íbamos a tener que inventar muchas estrategias para ser respetadas. Lo bueno es algunas personas ya nos conocen y saben que somos tres, que somos lindas, y que no somos muy buenas.

Claro que de vez en cuando discutimos, una con dos o dos con una, y también es cierto que el impulso de echar a la que sobra es poderoso, pero nunca terminamos de saber cuál de las tres sería mejor dejar de lado, así que mejor nos quedamos juntas. Porque el número tres puede que sea desgraciado, pero ya sabemos que siempre es peor andar por la vida sin amigas.

Eso sí: ni una más, bastante nos cuesta ya compartir los vestidos.


 
 
 

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