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Y los médanos

  • macarena moraña
  • 2 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

“Y los médanos, serán témpanos en el vértigo, de la eternidad Y los pájaros, serán árboles en lo idéntico, de la soledad”

Gustavo Cerati

Yo hubiera apostado que el Bebe Contepomi no llegaba a los cuarenta años, y sin embargo sigue ahí, entrevistando con talento a los más grosos, con su célebre frase “Portense bien, y si se portan mal: avisen”; y con el consabido movimiento de su mandíbula que amenaza con trabarse definitivamente cada diez palabras.

Anoche vi la última entrevista que el Bebe le hizo a Cerati, basada en Fuerza Natural, el último trabajo de Don Gustavo. El ex soda dijo muchas cosas, una más inteligente y lumínica que la otra, y en un momento dijo la palabra “catástrofe”, y habló de finales y del hipotético – impensado – imposible – caso de terminar en ese momento su carrera. El desborde de vocación, talento y brillo indicaba un futuro tan prometedor como el pasado, o mejor, por el peso del nombre, la leyenda, la historia. Se venían shows, magia, música y todo el amor perfecto que volcaba en sus canciones.

Pero ya ves, me dije sintiendo los ojos tan húmedos, Cerati ya no está mientras que el Bebe sigue despierto desde hace décadas. Ninguna certeza es comprable, ni siquiera pagándola al contado, cash, en efectivo, vaciando bolsillos. Ni siquiera.

Para mi el efecto Cerati es equivalente al efecto Cortázar: todo lo que dice me conmueve, me gusta, me hace desear, soñar, creer, llorar. Tomo notas cuando cuenta cómo compone. Yo también compongo con mi literatura, le dije ayer, Ayúdame desde donde estés a que al menos una vez algo me salga tan armónico como Cactus. No quiero contar que estuve a punto de besar la pantalla. ¿Estoy volviendo a ser adolescente o como ya sé que eso no vuelve todas las imágenes y melodías que me llevan hacia ahí se magnifican?

Quiero creer que todos somos un poco dueños de algún tipo de Deloreon, me ilusiona, me entusiasma. Acaso tan solo baste con concentrarse para volver ahí, a cuando Michael Fox no estaba enfermo, Cerati estaba vivo, y No se culpe a nadie era el cuento más revelador que habíamos leído.

Cerati ahora es más perfecto que cuando era más perfecto, Julio ni te digo con esto de los cien años, y el Bebe sigue girando. La que no sé por dónde anda es aquella chica bocona que una vez, en el baño de un boliche, me dijo: Si un día dejo de ser así de llorona, por favor, matame.


 
 
 

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