Zapping
- macarena moraña
- 2 jul 2017
- 4 Min. de lectura
Día de trabajo intenso. Llego a casa, todos duermen muy profundamente. Quisiera despertarlos y sacudirnos para contarles todas las sensaciones por las que pasé, pero no lo hago, tengo piedad, enciendo la tele. Hoy no quiero hablar con mis amigos imaginarios. Necesito pensar en otras cosas, en otras gentes. Me gusta ese plural. Una clásica tira argentina: lujo para la mente cansada de una mujer tan joven como yo.
La escena primera es la de dos actores muy rubios. Ojo, cuando digo muy, es muy. Y entonces pienso en que la producción ha de tener un altísimo gasto semanal en tintura rubia. Al rato digo que capaz en lo que invierten es en pelo de albino, y se me da por pensar que ha de haber muchos albinos que vendan sus pelos, que debe ser “el negocio del albino” por excelencia, pero después pienso otra cosa: que tal vez sea parafina. Y la palabra parafina me lleva inmediatamente al mundo de los surfers y entonces recuerdo Point Break y me vuelvo loca con Keanu y Patrick surfeando la cresta de la ola como nadie. En fin. La imagen me lleva a muchas otras imágenes. Me gusta ver tele al final de un día enorme.
Luego aparece un actor que, durante mi adolescencia, supo ser un “galancito”, cuando el mundo se dividía en chicas a las que le gustaba el de ojos claros del tipo serio, o este: reo, feúcho, cancherísimo de campera de jean y manos en los bolsillos. Bueno, ese, ahora crecido, con camisa, aun con pelo y buen semblante y con el comedor tooneado, acaparó mi atención. Ahora no pensé en los albinos sino en los dentistas: es evidente que toda la generación a la que pertenezco va a terminar usando ese recurso. Algún que otro exceso, una –acaso/capaz- no tan buena alimentación, y qué sé yo qué más, vienen llevándonos al moderno camino de renovar los dientes, o como mínimo blanquearlos. Vamos, eh, y el que esté libre de colmillos que tire la primera muela. En fin. Aquel galán hablaba con una actriz –también de “aquella época”- que hacía de su esposa. El diálogo me perturbó, lo confieso, era demasiado realista. Un matrimonio hablando de lo que tenían y perdieron, la rutina vs el amor, la pasión vs la cotidianidad. Déjame de joder. Cambié, vuelta de zapping repitiendo líneas del tipo de “Yo soy mucho más que una puta tira televisiva, mirá si un programa de mierda que no veo nunca y una pareja de personajes que no conozco me van a conmover o me van a generar una transferencia justo ahora que no estoy haciendo terapia”.
Creo que no llegué a dar una vuelta entera que volví a ella, a la tira. Qué lo tiró de las patas.
Otra escena del galancito que me hace decir “Che, qué buen actor es, cuanto oficio tiene, es tan convincente” Se lo digo a un amigo imaginario, la estaba pasando tan bien que me dio nosequé dejarlos afuera, ellos que están siempre tan cerca. En fin. Qué actorazo, le digo, sabiendo que si me apura un poco le termino diciendo que me sigue gustando pero no, ya maduré, ahora me gustan otros hombres, otros galanes, otros que. Ah, no, que me muero muerta con el sigue: labio de arriba tipo sábana tiene. ¿Siempre lo tuvo así y yo no me daba cuenta o antes usaba bigotes? ¿Cómo no está cuidado ese detalle? Quiero hablar con la producción. Encima con personaje de novia joven se hace más evidente y ella lo besa y, ay, no. Creo que yo no lo haría, al menos no por gusto. ¿A ella le gustará besarlo o cuando le dieron el papel pensó “ay, qué garrón, por qué no me tocó el del ojo loco”? Porque sí, hay uno de ojo loco, de todo loco, de cara de loco. Y si hay algo típico es que a las chicas rubias y perfectas como ella gusten de esos locos y/o de los chongazos. Él loco es un gran loco, está recontraloco, ultraloco. Mira mucho, para todos lados, habla rápido, es intenso. Me pone nerviosa. Cambio, zapineo, pero en la segunda vuelta me encuentro con el ex galán vestido de doctor y ya no pienso ni en pelos ni en dientes pero sí en vestuarios. Qué fetiche el delantal de doctor, o el traje de policía, o el de chongo: camiseta blanca ajustada sobre los músculos tipo Marlon Brando. Pero mirá si me van a agarrar desprevenida, a mí, “a esta altura del partido” digo cuando justo la que viene es una escena de un actor consagrado medio mafioso que conversa, justamente, con un chongo grasa que habla de costado y se come las eses y está más fuerte que un burro. Y otra vez la rubia –es pelo de albino, no me jodan- y otro chongo, más flaco, más chiquito, menos hot. En fin, me voy a dormir, ya estoy bien de tele. La tira se cortó, mi cansancio rebalsó, y la vida debe continuar en el mundo de los sueños. Eso sí: mañana escribo sobre algún personaje auto-referencial que tiño de rubio y al chongo grasa lo invito a darme su opinión de cómo (me) queda…
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