No es la primera vez que siento que al cuento que necesito expulsar de mi cuerpo le falta un párrafo
- macarena moraña
- 31 jul 2017
- 2 Min. de lectura
No es la primera vez que siento que al cuento que necesito expulsar de mi cuerpo le falta un párrafo. Pero claro que no se trata de un párrafo más, sino de ese que tiene la misión de completarlo, de darle sentido. La línea, el trazo más importante del dibujo que quiero mostrar. Si fuera un rompecabezas, pienso, se trataría de la pieza que completa la cara: uno de los ojos, o la mitad del labio superior, o la de los dedos finos que terminan de darle entidad a la mano y por ende, a todo lo demás. Pero por supuesto ese es el párrafo que no puedo escribir ni tampoco olvidar. El párrafo que no escribo es la sombra que me sigue mientras descongelo el pollo o estiro las sábanas o llevo la taza pegoteada con el azúcar que veo diluirse debajo del agua caliente dentro de la pileta de la cocina. El párrafo que no escribo se esconde en la mirada de fastidio de mi hija aburrida de disfrutar de su ocio. El párrafo que no escribo es mi carencia, el cacho de persona que todavía no soy ni puedo ser. Por las dudas y por otras cosas, barro debajo de los muebles y paso trapos húmedos por superficies frías, a ver si en una de esas aparece ese pedacito de cartón irregular que milagrosamente encastra a la perfección con la forma de mi deseo.
El párrafo que no escribo es la sombra que junto conmigo lee ese otro párrafo ajeno y breve pero capaz de contener mi desdicha: "A mì la idea de mudarme, siempre me contrarió. Siento apego por la casa, por el pasaje, por el barrio. La vida ahora me enseñó que el amor por las cosas, como todo amor no correspondido, a la larga se paga"
Dormir al sol, de Adolfo Bioy Casares.
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