mudanza constante

Ayer estuve en La coop, esa librería que es tanto más que un sitio con libros hermosos. Como la fiel adicta que soy, gasté el dinero ganado exactamente el día anterior, en libros. El ultimo de Marcelo Cohen, ese libro que se anuncia difícil. Lo deseaba desde su aparición, pero no tanto por el apuro de leerlo sino más bien por el de tenerlo. Hay libros que uno se compra para tenerlos cerca. También me traje un pequeño cuento de Hebe Uhart, que viene con un cuaderno, que viene con un cartón extraño, que se vino conmigo. Y me traje un libro chiquito, de Alejandro Zambra. Se llama Fantasía y por supuesto es una historia de amor. El nombre le sienta perfecto. Lo leí esta mañana junto con el primer mate, ese que te devuelve a una vaga idea de quien sos, donde vivís, Racing Clù. En el relato hay muchas mudanzas. Yo desde hace unos años vivo entre cajas de libros y tacitas de te que nunca encuentran su lugar. Mañana hago la tercera o cuarta mudanza del mismo departamento. Mi casa volverá a llenarse de cajas que a las pocas horas ya se habrán camuflado con el ambiente. Solo las notarán los que entren por primera vez pero al rato las van a haber incorporado para así continuar con el desarrollo de su invisibilidad. Bueno. El caso es que esa simple novela se convirtió en mi casa durante un rato. Porque para mí los relatos son casas en las que vivimos durante el tiempo de su lectura, a las que se puede volver cada tanto, mudándonos cada vez. Y acá vendría un remate, una moraleja camuflada de cierre, pero no. Hoy no. Ayer terminé de embalar los desenlaces en una caja de 20x30. Los envolví uno por uno en papel celofán y después de encintar la caja busqué el marcador negro e indeleble y escribí la palabra FRÀGIL en imprenta mayúscula.