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un favor

  • maquimora
  • 29 ago 2017
  • 2 Min. de lectura

Le pido al tiempo que me dedique en exclusiva uno de sus trucos. Es una hazaña difícil, lo sé, se lo anticipo. Oime tiempo, pásame por alto, olvídate de mí para que milagrosamente el día me alcance para leer escribir criar y adorar esas manos que… Él se excusa desde su sustancia, pero yo me defiendo alertándolo de mi destreza para narrar la caprichosa conexión entre descolgar la ropa ante la primera aparición de la lluvia y la de cerrar el cuaderno antes de terminar esa carta que mejor no mandarle a nadie; todo en un mismo párrafo, señalo triunfal. No me cree, y lo bien que hace. Avanzamos juntos casi tocándonos las manos. Las manos del tiempo son agiles, qué novedad, pero me muestro genuinamente sorprendida ante el largor de sus dedos. Le explico que a veces me pierdo en las quejas de su falta en combinación con mi imposibilidad de administrar de su materialidad. No entiende, y otra vez tiene razón. Es que a veces no puedo ser tantas mujeres, que madre, que ex hija, que amante, que nieta. Ahora sí, grita, como si la gloria fuera una de nuestras costumbres. La lluvia no escatima, se engolosina engordando y cayendo pesada sobre mis pies que tiritan una nostalgia que nadie podría cantar. Desafinemos, le propongo, y el tiempo, por fin, se ríe. Es hermoso verlo así. Ya en confianza le digo estar segura de que el defecto de la palabra trabajo es la jota, que sin ella todo (me) sería liviano: dar clases, corregir textos, recomendar cuentos que no le gustan a nadie más que a mí. Desde cuándo tenes en cuenta eso, me pregunta mientras mastica un pasto con sus dientes poderosos. Tengo el impulso de disculparme, pero él me lo ataja con un beso piadoso, detenido, mientras que con la punta de su lengua dibuja en mi cara una habitación repleta de atriles vacíos. No quiero preguntarle dónde me lleva y sin embargo lo hago. Ay de esta puta manía mía de preguntarlo todo. Vos deja, déjame, déjate, dice, y yo vuelvo a quejarme de la jota, antipática y larga, de tan difícil dicción. Trabajo, jarro, jarana, decimos para alardear del humor del que carecemos. Que abstracto se pone todo de golpe, le digo al oído, pero al tiempo poco le importa que venga dedicándome hace años a intentarle una contención en las palabras que tiro, arrojo, y otra vez la puta jota. Yo coger lo escribo con G, necesito aclarar. Él me dice que él también. Después me señala que el chiste de mi vulgaridad ya no sorprende a nadie y que si de vez en cuando me pongo una pollera corta, negra y brillante, va a sentirse halagado. Nos reímos diciendo jajaja, con las tres jotas marcadas, joder, jactarse, jamás. Y así el juego nos sigue a nosotros, nos pisa los pies. Una especie de tutti frutti absurdo y repetitivo con el que nos vamos matando. Matar el tiempo. Matar o morir. No matarás. Y cuando ya nos cansamos de decir pavadas le pregunto qué opina de la palabra julepe y para mi sorpresa, se muere del susto.


 
 
 

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