A veces

A veces siento que puedo contener el mundo que habito sentada en mi cama, después de haber dormido una siesta breve. Me acompaña una gata de las tres que tengo. Su pelaje es parecido al de mi pullover. Los colores tierra nos sirven a ambas de consuelo. Un recuerdo o un deseo de mis pies cubiertos de arena me reconforta. Hace un tiempo me fui de viaje con mis hijas. Terminar un párrafo del libro que llevé era una hazaña que, bajo el sol, disfrutaba de mi fastidio. Pero ahí también sentía que podía contener el mundo que habitaba. A veces me ocurre, es un gesto, abrir los ojos o las piernas, decir que gracias o que mejor otro día, o qué rico. Decir que no puedo, cancelar, posponer, dejar de hacer todo para leer compulsivamente y al rato enjuagarme la boca teñida de verde, siempre. Mentira. A veces es bordo. Callar. Puedo hacerlo. Desde que tengo cuarenta años nadie me preguntó mi edad. Me dan ganas de dar respuestas que no sirvan. Un oso que inverna. Cuatrocientos pesos y monedas. Quizás, puede ser, no sé. Las risas vienen desde la cocina, cuatro nenas que dibujan el lado de abajo de la mesa. Las describo en mi cuaderno con la letra de mi madre, como si se la hubiera pedido prestada, como cuando jugaba a la secretaria y llenaba fichas de datos personales y le pedía a ella que me escribiera los nombres. Rosario de la Fuente. Enrique Pazos. Martin Rosales. Me pregunto qué será de esa gente ahora, dónde habrán quedado con sus datos inventados, presos de la mejor caligrafía, esos símbolos que los convertían para mí en imágenes tan reales como fotos viejas. Por las dudas y miedo a desaparecer anoto mis datos, me armo una ficha que ocupa la M entera del fichero. No completo la edad y en la línea del oficio intento dibujar un libro que se parece un cubo en el que enseguida me meto, para ponerme a bailar.